Lectio Divina: “El traje de fiesta…”
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. […]
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.” Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.” Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.
Oscar Arias Bravo
Domingo XXVIII Ordinario
Lectio Mt. 22,1-14
Meditatio
La vestimenta, ha servido desde los orígenes del ser humano tanto para protegerle de las condiciones climáticas, como para adaptarle de una manera más adecuada a las acciones que realiza, incluyendo en ello también, la expresión de muchas otras cosas; como su pensamiento, su religión, la concepción de sí mismo o para identificarle en un oficio o incluso para manifestar su rango, casta o nivel social al que pertenece. Es así, que existen vestimentas apropiadas para la gente que vive en medio del frío o del calor tropical, existen también accesorios que definen mucho más, distintas características u ocupaciones de las personas. No se viste de la misma manera un policía el día que está desempeñando su oficio, que el día que tiene franco; ni los doctores cuando van a operar o visitar pacientes, que cuando están comiendo con su familia. No se pone una madre de familia la misma ropa que utiliza a diario para el quehacer, que la que utiliza el día de su cumpleaños.
Desde esta perspectiva invito a contemplar el evangelio que hemos escuchado este domingo, donde comparando el Reino de Dios, con el banquete de bodas del hijo de un Rey; el anfitrión encuentra a una persona que no está dignamente presentado en esa fiesta y ordena que severamente se le mande fuera. “Amigo, cómo es que has entrado aquí, sin el traje de fiesta?” (V. 12)
Contemplatio
¿Por qué tanto interés en estar vestido para la ocasión? ¿Se trata de una cuestión de protocolo? ¿De educación? ¿O tiene algo más que ver, algún sentido más profundo?
Ahora que fue el 15 de septiembre, veía como los participantes en el desfile por la Independencia de México, portaban su uniforme con tal gallardía, que correspondía perfectamente a su oficio, a su rango, incluso sus caballos estaban perfectamente ataviados y peinados, sus tanques o jeeps, al cien por ciento en su presentación.
No imagino que alguno de ellos, se hubiera atrevido a presentarse al desfile con ropa de civil, sucia o mal planchada.
A la fecha, conservo una carta que algún día una persona me escribió; él no estaba pasando por una buena racha económicamente hablando, era un tiempo en que no contaba con trabajo y tenía una familia que mantener, sin embargo, sabiendo que yo iba avanzando en los años de preparación del seminario, me escribía más o menos así: “Querido Oscar, cómo quisiera regalarte un traje, pero mira, no me han contratado, además tu tienes el mejor traje que puedas usar y esa es la gracia de Dios”. Claro que me contaba más cosas en su carta, pero recuerdo con mucho cariño esta pequeña parte, donde me decía que realmente lo importante en la vida no era tanto la forma en que vamos vestidos o lo caro de la ropa con la que nos cubrimos, sino que ésta refleje la honestidad, el digno trabajo o para nosotros cristianos, el estado de gracia en nuestra relación con Dios.
Es como aquellas personas que son muy bellas, que se pueden poner cualquier tipo de ropa y se ven exteriormente despampanantes, hasta con un “costal de papas”. Porque la gracia que actúa en las personas, las capacita para poder presentarse en cualquier lugar adecuadamente, porque además, un hombre honrado, lo mismo está bien presentado para realizar su trabajo, que para estar al lado de su familia, sin importar lo que lleve puesto; una mujer que es fiel y entregada, será la más bella, tanto en su trabajo, como cocinando; un sacerdote puede estar de sotana en el confesionario o de jeans en el centro de acopio, haciendo despensas para los damnificados y estará perfectamente vestido para la ocasión.
Oratio
Señor Jesús, ayúdanos a vestir siempre el traje de fiesta, aquél que tu nos das siempre que estamos contigo, que te recibimos en el banquete eucarístico o cuando nos reconcilias a través de tu perdón y tu amor. No permitas que ensuciemos este traje que tan bello es y tan oportuno resulta en estos momentos para todos los mexicanos.
Actio ¡Vayamos a lavar y tener bien planchadito ese traje de fiesta!