En el cruce de Montevideo y Politécnico, en la colonia Lindavista, me encontré con dos jovencitos que se enfrentaban a la multitud apresurada de viandantes con una sonrisa y un cartel sobre el pecho: “Solicito un abrazo”. Se veía que les divertía la experiencia porque, al menos en el breve tiempo que los estuve observando, nadie se atrevió a darles el solicitado abrazo a pesar de sus miradas cargadas de esperanza.
Quizá nadie los abrazó porque no se veían necesitados de esa caricia, quizá porque pedían demasiado, si tan sólo hubieran solicitado un apretón de manos, a lo mejor alguien se hubiera animado. Ellos seguían con su solicitud sin darse por vencidos. No sé si alguien, por fin, se animó a dales un abrazo.
Pero aquella frase tan sencilla me impresionó: “Solicito un abrazo”. Por un momento me imaginé que aquellos dos jovencitos representaban a una humanidad necesitada de afecto, de cariño, de papacho. Una humanidad necesitada de amor en medio del anonimato de la multitud. Una humanidad que experimenta la soledad rodeada de personas que son, cada uno, un mundo cerrado y amurallado.
Y por un momento también me imaginé a Cristo, Dios y hombre, que se acercaba a aquellos jovencitos y les daba el abrazo mendigado. Porque entre todos los hombres, Jesús ciertamente tiene amor de sobra, sin prisas y sin temor al qué dirán.
Pompeo Batoni pintó en 1760 un cuadro al óleo sobre cobre para la Iglesia de Jesús, en Roma, en el que representó a Jesús mostrando su Sagrado Corazón, y para pintarlo siguió lo más fielmente que pudo la descripción de santa Margarita María de Alacoque, la monja francesa que tuvo la dicha de platicar con Jesús y recibir sus confidencias sobre su deseo de una fiesta en honor del Sagrado Corazón de Jesús.
No cabe duda que Jesús es un gran diseñador porque, en un símbolo tan conocido como lo es el corazón humano para significar el amor, Él puso en su corazón todos los elementos característicos de su muy especial amor.
Jesús nos muestra su corazón como diciéndonos: “Yo te amo” y “¡Mira cómo te amo!” Te amo con un corazón que arde de amor, y que es capaz de comunicarte ese fuego para que tú incendies tu mundo.
-Te amo con un corazón encendido en una llama que ilumina la oscuridad de un mundo que anda mendigando un abrazo, cuando mi amor es capaz de iluminarlo e inundarlo de amor.
-Te amo tanto que sufrí por ti una cruel pasión y recibí la única corona que ustedes ofrecieron a mi realeza, la corona de espinas.
-Te amo tanto que he dado mi vida por ti en una cruz.
-Te amo tanto que de mi corazón traspasado por una lanza hice brotar la santidad de mis sacramentos.
-¡He aquí un corazón que tanto ha amado a los hombres!
-¡Qué actual nos parece el divino diseño del corazón de Jesús!
El Corazón de Jesús no sólo amó, sino que ama. Es un amor de hoy. Jesús brinda su amor, su cariño, a cada uno de esos jovencitos que andan en busca de un abrazo. Él da más que un apretón de manos, más que un abrazo, más que un beso; Él se da todo.
Ama y quiere ser amado porque ese es el ideal de toda persona que entrega su amor, ser correspondido.
¿Cómo corresponder al amor de Jesús? Los amigos se buscan ¡y se encuentran! Buscamos a Jesús vivo en la Eucaristía, y lo encontramos dispuesto a un diálogo de amigos. Él siempre tiene tiempo, Él es dueño del tiempo. Los que son amigos de Jesús corren al Sagrario a platicarle sus alegrías o a llorar con Él sus desventuras. Es el amigo siempre dispuesto.
Lo encontramos en la Sagrada Biblia. La Biblia es Palabra de Dios, es esa carta de amor que Dios nos ha escrito, en la que nos habla de Él y de nosotros. Jesús es la Palabra viva del Padre. Es el Pan de la Palabra.
Correspondemos a su amor en el amor a nuestros hermanos y, desde luego, a aquellos que más necesitan de nuestro amor.
La fiesta del sagrado Corazón de Jesús surgió en la Iglesia Católica en momentos en que la humanidad necesitaba estar segura del amor de Cristo. Lo mismo que hoy.
Nunca como ahora el hombre se ha sentido más necesitado de la amistad humana y de la amistad divina.
Hagamos fiesta, pues, porque Jesús nos ama, a lo humano y a lo divino.
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