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El Gran Gatsby “A veces hay que renunciar a ciertas personas”.

Antonio Rodríguez Un joven escritor, transformado en corredor de bolsa, decide tomarse unas vacaciones y aprovechar el verano para aprender todo lo posible sobre finanzas. Un día, después de una reunión con su prima Daisy, y Tom, el esposo de ésta, mira, cerca de su jardín, a un hombre parado al final del muelle. Al […]

Antonio Rodríguez
Un joven escritor, transformado en corredor de bolsa, decide tomarse unas vacaciones y aprovechar el verano para aprender todo lo posible sobre finanzas. Un día, después de una reunión con su prima Daisy, y Tom, el esposo de ésta, mira, cerca de su jardín, a un hombre parado al final del muelle. Al observarlo detenidamente nota que una fuerte melancolía le reviste el rostro; los ojos del caballero miran impávidos la luz de una farola que se divisa a lo lejos, es la farola de la casa de su prima.
El escritor es Nick Carraway. Muchas veces ha escuchado rumores sobre un millonario excéntrico que disfruta de hacer fiestas con todo tipo de excesos; son los años 20s, la época de la prohibición de alcohol y el surgimiento del jazz. Para su sorpresa, una mañana llega hasta su casa una invitación. “El señor Gatsby se complace en invitarle a su fiesta de esta noche”, dice la nota.
Al llegar a la cita mira con asombro a centenares de personas que arriban a la fiesta derrapando sus autos en la entrada. La música estrepitosamente invita a mover el cuerpo de forma desenfrenada. Las copas con champagne se observan por todos lados. Sin embargo, resulta extraño que entre tanta gente nadie conozca al anfitrión de la fiesta, pero tampoco parece importarles. Todo es gratis, ¡qué mejor!
Pero Carraway está interesado en saber quién es Gatsby. Lo que no sabe es que una vez que entre en su vida, ésta nunca volverá a ser la misma.
El Gran Gatsby es el nombre de la novela más famosa del escritor F. Scott FitzGerald; relata la vida de un excéntrico millonario rodeado de glamour y misterio; un hombre joven con una ola de tristeza, que a su vez busca y logra (para los no observadores) camuflajear, rodeándose precisamente de toda la parafernalia posible con un solo motivo: atraer de nuevo a su amor de juventud.
Jay Gatsby ha basado su vida exclusivamente en pertenecer a un extracto social que desprecia, pero en el que al mismo tiempo busca desesperadamente encajar porque la persona de la cual está enamorado ha nacido y vivido allí.
Es aquí donde la versión cinematográfica del director Baz Luhrmann encuentra el punto de conexión con la novela. El filme de este director explota demasiado la forma y no el contenido de lo que representa el relato de FitzGerald, que es la sensación de fracaso de un personaje que está a punto de todo y no logra nada; no puede trascender su origen de clase, y a partir de este origen se encuentra predeterminado a perder el amor, la amistad, la posibilidad de ascenso social o cultural, y como consecuencia, siempre se mantiene dentro de una sensación de fracaso y tristeza.
El Gran Gatsby es la tragedia de perseguir lo inalcanzable, la irrevocabilidad del amor perdido y la irremediable tristeza del saberse incapaz.



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