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Cultura Bíblica

Mons. Salvador Martínez En este decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario. Analizaremos la prueba de fe en que Pedro se introdujo y el efecto último que logra en todos los discípulos. Desde el domingo pasado entramos en la quinta parte del Evangelio de san Mateo. Como lo hace el evangelista, primero nos da una sección narrativa. […]

Mons. Salvador Martínez
En este decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario. Analizaremos la prueba de fe en que Pedro se introdujo y el efecto último que logra en todos los discípulos.

Desde el domingo pasado entramos en la quinta parte del Evangelio de san Mateo. Como lo hace el evangelista, primero nos da una sección narrativa. El aspecto de las primeras narraciones es negativo, pues nos presenta el evangelista la visita de Nuestro Señor a su pueblo natal, Nazareth, donde no tuvo éxito pues no quisieron creer en él (Mt 13,53-58).
Pero el aspecto comienza a cambiar con el relato del martirio de san Juan Bautista, el mensaje de este pasaje contrasta el testimonio del precursor con la mala interpretación de Herodes sobre la identidad de Jesús (14,1-12). La multiplicación de los panes, que es el relato anterior al que hacemos hoy, inicia una nueva serie de seis manifestaciones poderosas de Jesús. Primero da de comer a cinco mil hombres a partir de cinco panes y dos pescados (14,13-21), después camina sobre las aguas (14,22-33), hace muchas curaciones en Genesareth (14,34-36), cura a la hija de una mujer cananea (15,21-28), hace muchas curaciones junto al lago (15,29-31) y, por fin, vuelve a multiplicar los panes (15,32-39). Un poco más adelante tendremos el pasaje de la confesión de fe de Pedro sobre la identidad de Jesús como mesías e hijo de Dios (16,13-20).
Por lo tanto, el tema de la fe contenido en nuestro pasaje es importante. El relato comienza con la falsa interpretación de los discípulos, pensaban que Jesús era un fantasma (14,26), pero Jesús los calma hablando con ellos (14,27). Entonces Pedro hace un reto. “si en verdad eres tú, haz que yo vaya a ti andando sobre las aguas”. Jesús aceptó el reto pero Pedro no fue capaz de soportar la parte que le tocaba, a saber, permanecer confiado en que no se hundiría. Por este motivo el Señor le llama “hombre de poca fe ¿Por qué dudaste?”.
El pasaje nos refleja a un discípulo activo, incluso irreflexivo, pero no a un hombre cuya fe estuviera bien consolidada. Pedro había alcanzado la posibilidad de pedirle a Jesús que lo salvara, pero no todavía la certeza de que todo aquello que mandara el Señor sucedería con toda seguridad. Sin embargo, el evangelista concluye el relato con una afirmación sorprendente: “los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘verdaderamente eres Hijo de Dios’” (14,33). Es sorprendente porque el título de Hijo de Dios confesado por los discípulos tiene su lugar más importante en la confesión de Pedro, la cual viene más adelante, y Jesús le aclaró a Pedro: “esto no te lo reveló ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo” (cfr. Mt 16,17).
Podemos concluir que las manifestaciones poderosas fueron llevando a los discípulos a percibir progresivamente la identidad de su maestro, no se trató de una intuición mística o una revelación fulminante, el Padre tuvo su pedagogía, para hacer pasar a un grupo de entusiastas discípulos a ser un grupo de apóstoles consolidados en la fe.