La frustración en niños: 7 estrategias para trabajarla sin perder la calma
Enseñar a los niños a manejar la frustración fortalece su desarrollo emocional, su confianza y sus habilidades para enfrentar la vida.
Cuando los latidos del corazón se aceleran, un calor indescriptible recorre el cuerpo desde el estómago hasta el rostro; la mandíbula se aprieta, los músculos de los hombros se tensan, aparece un nudo en la garganta y respirar se vuelve más difícil. Esa experiencia tiene un nombre: frustración. Ayudar a los hijos a manejarla es fundamental, ya que esta habilidad influye directamente en su desarrollo emocional, social y académico.
En niños y adolescentes, la frustración es una de las emociones más frecuentes: aparece cuando las cosas no salen como esperan o cuando no obtienen lo que desean. Aunque forma parte natural de su desarrollo, puede convertirse en un reto para los padres que no saben cómo acompañarlos.
La psicóloga Verónica Thomassiny Acosta, especialista en conducta y terapia breve estratégica, explica a Desde la fe que “enseñar a los niños a manejar la frustración desde pequeños es importante para su desarrollo emocional y para que puedan enfrentar y solucionar los problemas de la vida diaria. Esto les permite desarrollar habilidades para afrontar adversidades, resolver conflictos, construir relaciones interpersonales más sólidas y significativas, y aprender que el esfuerzo y la dedicación son necesarios para obtener lo que se desea”.
¿Qué es la frustración y por qué no sobreproteger?
Según Thomassiny, “sobreproteger a los niños de la frustración los debilita, haciéndolos menos resilientes ante las adversidades de la vida”. La especialista señala que los padres deben ser un ejemplo de gestión saludable de la frustración, validar las emociones de los niños, establecer límites y fomentar el esfuerzo por encima del logro inmediato.
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¿Cuáles son algunas estrategias para manejar la frustración?
Estas son algunos consejos para enseñar a los niños a manejar la frustración:
1. Valida sus emociones: Escucha sin juzgar y reconoce lo que sienten. La frustración es natural y necesaria para aprender.
2. Sé un modelo saludable: Tu manera de manejar la frustración enseña más que las palabras. Persevera, busca soluciones y acepta lo que no se puede cambiar.
3. Establece límites y fomenta el esfuerzo: No sobreprotejas a los niños. Enséñales que los logros requieren dedicación y paciencia.
4. Enseña a soltar y perseverar: Cuando algo no se puede lograr, ayúdales a renunciar con tranquilidad. Cuando sí es posible, incentiva la búsqueda de estrategias para conseguirlo.
5. Integra la fe y la espiritualidad: Enseñarles a confiar en Dios y ofrecer sus esfuerzos fortalece la paciencia, la resiliencia y la comprensión de que cada dificultad es parte del aprendizaje.
6. Potencia habilidades emocionales: La tolerancia a la frustración desarrolla autoestima, fuerza de voluntad, creatividad y capacidad de adaptación frente a los problemas diarios.
7. Prevención de riesgos emocionales: Niños que aprenden a manejar la frustración tienen menor probabilidad de desarrollar ansiedad, depresión o conductas impulsivas.
Aprender por imitación
La forma en que un padre maneja su propia frustración influye directamente en la capacidad de un niño para hacerlo. “Si un niño ve que el padre interpreta la realidad de manera negativa ante los problemas y adversidades, aprenderá a interpretar la realidad de la misma forma”, dice Thomassiny.
Por el contrario, si los padres perseveran ante la adversidad, buscan alternativas o aceptan lo que no se puede cambiar, el niño empieza a adoptar la misma actitud.
La especialista enfatiza que “es fundamental que los adultos sepan gestionar su propia frustración, ya que la forma en que un padre la maneja, es la forma en que su hijo empezará a hacerlo. Si los modelos que los padres le muestran no son adecuados, se debe intervenir para ayudarles a desarrollar esas habilidades y ser congruentes con lo que se está generando”.
Thomassiny agrega que “la fe puede ser un gran apoyo para enseñar a los niños a manejar la frustración. Enseñarles a confiar en Dios, a poner en sus manos sus dificultades y a ofrecer sus esfuerzos como parte de un aprendizaje mayor ayuda a que desarrollen paciencia y resiliencia con un sentido trascendente”.
Sin embargo, la especialista advierte que ceder ante los berrinches debilita la capacidad del niño para tolerar la frustración. “Si los padres siempre acceden a los caprichos o malestares del niño para evitar conflictos, éste aprende que la manera de conseguir lo que desea es a través de la ira o la manipulación emocional”, explica Thomassiny. Mantener límites claros y consistentes enseña al niño a aceptar que no siempre se obtiene lo que se quiere, a buscar soluciones y a regular sus emociones de manera saludable.
Beneficios de tolerar la frustración
Un niño que sabe tolerar la frustración tendrá mayor control de sus emociones, no se rendirá fácilmente ante la adversidad y será capaz de superar obstáculos. “Si no logra algo, buscará estrategias para conseguirlo y, si algo definitivamente no se puede lograr, aprenderá a soltarlo y a renunciar a ello”, explica Thomassiny.
Aprenderá que los logros requieren esfuerzo y sacrificio, lo que le permitirá disfrutar más de sus éxitos y desarrollar autoestima, resiliencia y fuerza de voluntad. También adquirirá habilidades como creatividad y capacidad de adaptación frente a los problemas del día a día.
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Las virtudes que se cultivan
Aprender a tolerar la frustración permite que los niños desarrollen cualidades que se pueden considerar verdaderas virtudes para la vida. Según Thomassiny, estas incluyen paciencia y resiliencia, al enfrentar dificultades sin rendirse; autocontrol, al regular las emociones ante el fracaso; y esfuerzo y perseverancia, al comprender que los logros requieren dedicación y sacrificio.
Además, dice la terapeuta, los niños fortalecen su creatividad y capacidad de adaptación, así como su autoestima y confianza en sí mismos, y desarrollan empatía y habilidades sociales, al ser más flexibles y comprensivos con los demás. “Estas virtudes no solo los ayudan a enfrentar los retos cotidianos, sino que también les permiten crecer en madurez emocional y espiritual”.