2017, el año de la corrupción y la violencia
Todos hubiéramos querido mejores resultados al finalizar este año, pero no es así. Corrupción y violencia fueron los ingredientes del desastre nacional, y no hay indicadores que nos hagan suponer que en estos dos aspectos el panorama será mejor para el 2018, ni asomos de soluciones para aplacar tales calamidades. 2017 fue un año […]
Todos hubiéramos querido mejores resultados al finalizar este año, pero no es así. Corrupción y violencia fueron los ingredientes del desastre nacional, y no hay indicadores que nos hagan suponer que en estos dos aspectos el panorama será mejor para el 2018, ni asomos de soluciones para aplacar tales calamidades.
2017 fue un año marcado por la captura de “célebres” gobernadores, pertenecientes a la nueva generación de políticos, jóvenes líderes, que superaron en ambición y locura por el poder a cualquier corrupto del antiguo régimen. El egoísmo desmedido tuvo como rehenes a millones de habitantes de estados empobrecidos. Sin límite alguno, y como fruto del delirio, dichos mandatarios locales se beneficiaron del poder en niveles inimaginables, para obtener lo más extravagante, ridículo y moralmente reprobable. La corrupción fue el estilo de vida. Fraudes, desfalcos a la Tesorería pública, sobornos, pagos irregulares, conflictos de interés, desvío de recursos, tráfico de influencias, licitaciones amañadas o facturas sobrevaluadas, todo fue permitido; vicios que se pasearon de la mano con la impunidad. De acuerdo con el estudio México, anatomía de la corrupción, del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), entre 2000 y 2013, “periodo en el que México tuvo 63 gobernadores, fueron exhibidos 71 casos de corrupción por parte de 41 gobernadores. De éstos, sólo 16 fueron investigados, y únicamente 4 encontrados culpables y procesados”.
Otra de las aristas de nuestro México es la violencia. Se ha dicho que en 2017 se registró una escalada significativa en la comisión de delitos violentos: de enero a noviembre se iniciaron 101 carpetas de investigación por homicidios dolosos, el número más alto en las últimas dos décadas. Y nuevamente la corrupción parece ser el combustible que inflama este fuego, que nadie ha podido sofocar con las armas del imperio de la ley. Si la violencia crece y permanece, es porque hay factores que han sido desdeñados, y en cambio se han privilegiado otros de probado fracaso. De acuerdo con la ONG Brigadas de Paz, en México los factores que permitieron el auge del crimen organizado, tales como la impunidad, la corrupción y las profundas desigualdades socio-económicas, no han merecido tanta atención como el combate militarizado al crimen organizado. Es decir, que este país se ha inclinado por entronizar la corrupción y alimentarla con recursos económicos que deberían fortalecer el Estado de Derecho y hacer más justas las condiciones de desarrollo social de millones de mexicanos sumidos en la pobreza.
El diagnóstico está dado. No obstante, en el país hay señales de preocupación por lo que parece pintar como un escaso compromiso esquemático por abatir estos flagelos. Una Procuraduría General de la República virtualmente desmantelada y acéfala, rehén de los partidos políticos; la ausencia de acuerdos para la designación del Auditor Superior de la Federación; la parcial implementación del Sistema Nacional Anticorrupción y la carencia de funcionarios capaces y con alto sentido de responsabilidad por el servicio público, hacen de México una presa fácil de estos males, que, como se dibuja el panorama, seguirán con nosotros por mucho tiempo. Se da prioridad y recursos a lo secundario. Y, para colmo, el proceso electoral en vigor se ha convertido en un distractor de las cosas que realmente merecen la atención de las autoridades. Deseamos que el 2018 sea mejor en este sentido…
Paz y prosperidad en el Año Nuevo a todos los lectores de este semanario arquidiocesano.