¡Que vivan los jóvenes!
Algo grave está pasando, muchos jóvenes caminan con el corazón herido, con la mirada baja, con la esperanza fracturada y como sociedad no podemos seguir de largo ante ello.
A veces, en medio del ruido del mundo y del silencio de los otros, parece que nadie escucha. Que a nadie le importa. Que estamos solos. Pero no es así. Hay una promesa que lo cambia todo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Es Jesús quien la dice, y no se retracta. Él no abandona. Él no miente. Él está.
Lo decimos fuerte y claro, sobre todo a ti, joven que estás cansado, que te sientes perdido, que no encuentras tu lugar: no estás solo. Dios te ama. Profunda, incondicional y eternamente.
No es una frase de calendario ni una idea bonita para una homilía. Es un grito urgente que necesita oírse en las escuelas, en las casas, en las calles, en las redes sociales, en los rincones de las ciudades y también en los vacíos del alma. Porque algo grave está pasando: hay muchos jóvenes que caminan con el corazón herido, con la mirada baja, con la esperanza fracturada. Y como sociedad no podemos seguir de largo.
Necesitamos tender puentes, no levantar muros. Escuchar más, juzgar menos. Abrazar sin condiciones. Aunque adultos y jóvenes hablemos idiomas diferentes, el amor en Cristo puede ser ese lenguaje común que lo une, lo entiende y lo repara todo. No se trata solo de acompañar con palabras, sino de estar. De mirar a los ojos. De no dar la espalda. De no tener miedo a las preguntas difíciles. De ser comunidad.
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Este sábado vivimos algo grande: el Jubileo de la Juventud. Más de 6,000 jóvenes de distintos estados del país llegaron a encontrarse con Dios y a encontrarse entre ellos. Muchos de ellos, casi el 20%, no formaban parte de ningún grupo de Iglesia. Pero allí estuvieron. Y no buscando respuestas prefabricadas, sino sedientos de esperanza, de paz, de momentos de alegría, de consuelo, de sentido. Y fue hermoso ver que la encontraron. Que se sintieron parte. Que no estaban solos.
Ese es el camino. No dejar a los jóvenes a la deriva. No condenarlos por lo que creemos que no entienden, sino caminar con ellos para descubrir juntos todo lo que pueden construir. La Iglesia no es un museo de perfectos, es un hospital de campaña, y los jóvenes son su fuerza, su impulso, su futuro y su presente.
Hoy más que nunca, hay que decirlo con alegría, con coraje y con fe: ¡Que vivan los jóvenes!