La importancia de reconocer los rostros de la pobreza

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La importancia de reconocer los rostros de la pobreza

El Papa León XIV, en Dilexi te, recuerda que los pobres no son “los otros”, sino “de los nuestros”. Invita a reconocer todas las pobrezas —material, moral, espiritual y cultural— y responder con amor, justicia y esperanza.

11 octubre, 2025
La importancia de reconocer los rostros de la pobreza
“Los pobres no son los otros, son de los nuestros”, afirma el Papa León XIV en Dilexi te, un llamado a transformar nuestra mirada y reconocer en los pobres un espejo de nuestra propia humanidad.

En un mundo que multiplica etiquetas para separar, la exhortación apostólica Dilexi te nos recuerda algo esencial: los pobres no son “los otros”, son “de los nuestros”.

En este documento, el Papa León XIV abre el panorama y destaca la necesidad de observar los distintos rostros de la pobreza: la de quien carece de sustento material; la del marginado sin voz para defender su dignidad; la pobreza moral y espiritual; la cultural; la de quienes viven fragilidades personales o sociales; y la de quienes no tienen derechos, espacio ni libertad.

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Esta enumeración, más que un catálogo, es una exigencia de conciencia. Si la pobreza tiene muchas formas, nuestra respuesta también la puede tener. Por eso, Dilexi te advierte que la condición de los pobres interpela la vida, la sociedad, los sistemas y a la Iglesia misma; en sus heridas se imprime el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo.

Atender todas las pobrezas significa no absolutizar una sola respuesta. Frente a la carencia material, sí, están el pan, el trabajo digno y las políticas públicas que rompen círculos de exclusión; pero frente a la pobreza de dignidad, hacen falta tutela de derechos, participación y cultura del encuentro.
Para la pobreza moral y espiritual, se requieren comunidades que sanen soledades, perdonen, acompañen y abran caminos de sentido y, por supuesto, el fortalecimiento del principal núcleo social: la familia.

Ante la pobreza cultural, la formación y la educación son igual de urgentes. Y frente a las fragilidades personales o sociales, es necesario fortalecer el cuidado de la salud mental, la construcción de redes de apoyo y la protección de la infancia.

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Dilexi te, un documento del que recomendamos ampliamente su lectura, desarma múltiples prejuicios, entre ellos, el ya famoso: “los pobres son pobres porque quieren”. León XIV llama “falsa visión de la meritocracia” a esa idea que sólo reconoce “mérito” al éxito, ignorando a quienes trabajan sin tregua y, aun así, no logran vivir con dignidad.

¿Qué nos toca a cada uno? Primero, reconocer en los pobres un espejo de nuestra propia vulnerabilidad. Nadie está a salvo de la intemperie del corazón. Segundo, acercarnos a estos rostros de la pobreza: conocer nombres, historias; compartir tiempo, escuchar y tejer vínculos. Esos rostros incluso pueden estar en nuestra propia familia, en nuestros círculos cercanos.

Tercero, pasar de gestos aislados a proyectos integrales en los que participen sociedad, gobierno, empresas, y que unan asistencia, promoción humana y defensa de derechos. Cuarto, incidir: votar con conciencia, exigir políticas que pongan a la persona al centro, apoyar iniciativas que creen trabajo y respeten el cuidado del planeta.

Quinto, educar: formar la mirada de niños y jóvenes para que comprendan que la pobreza no es un “tema social”, sino una cuestión que atañe a la humanidad entera y que, en el caso de quienes somos creyentes, toca el núcleo de nuestra fe.

Estos rostros de la pobreza no son los otros: son nuestros, son familia. La Iglesia, y cada uno de nosotros, tiene en ellos maestros de esperanza. Atender todas las pobrezas es el camino concreto por el que el Reino de Dios se hace cercano y creíble en medio de la historia.



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