Acompañar, escuchar, orar: un camino de esperanza frente al suicidio

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Acompañar, escuchar, orar: un camino de esperanza frente al suicidio

Aunque hablar del suicidio es difícil, la oración y el acompañamiento comunitario revelan una verdad esencial: nadie debe enfrentar su dolor solo.

15 noviembre, 2025
Acompañar, escuchar, orar: un camino de esperanza frente al suicidio
Hablar del suicidio es difícil, pero la fe y la comunidad pueden ofrecer consuelo, acompañamiento y esperanza a quienes sufren.

En nuestra sociedad, hablar del suicidio sigue siendo difícil. Las palabras se quedan cortas y los silencios pesan.

Sin embargo, cuando una comunidad se reúne para orar por quienes han decidido quitarse la vida y para abrazar a sus familias, emerge algo profundamente humano: la certeza de que nadie debe cargar solo con su dolor.

La fe, lejos de eludir estas heridas, nos invita a mirarlas con compasión y a acompañarlas con respeto.

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La misericordia no está reservada solo para quienes parecen fuertes; alcanza también a quienes, en su fragilidad, no lograron sostener el peso de su sufrimiento.

La conocida frase atribuida al Cura de Ars a una viuda cuyo marido se había suicidado lanzándose del puente al río —“entre el puente y el río está la misericordia de Dios”— ilumina esta realidad con una fuerza particular. En ese breve instante, decía él, cabe todo el amor de Dios. Nada ni nadie está fuera de ese abrazo.

Hoy vemos con preocupación cómo la sombra del suicidio se extiende entre jóvenes y adultos. Muchos atraviesan noches interiores que no se atreven a compartir. Otros, rodeados de ruido, permanecen profundamente solos, sin que nadie alcance a advertirlo.

De ahí la importancia de cultivar una mirada atenta, capaz de detenerse, escuchar y reconocer las señales del sufrimiento ajeno. A veces basta un gesto sencillo, como una presencia que no juzga, una escucha que no cuestiona, un abrazo que sostiene cuando todo parece derrumbarse.

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La Iglesia está llamada a ser ese hogar donde nadie se siente rechazado. Un lugar donde se pueda llorar sin miedo, expresar el desconcierto y encontrar compañía en Cristo que es nuestra fortaleza. Donde familiares y amigos de quienes han muerto por suicidio sean recibidos sin estigmas, sabiendo que su dolor merece ser acompañado con delicadeza.

Este mes, el Papa León XIV nos invita a orar especialmente por “quienes viven en la oscuridad y la desesperanza”, para que encuentren comunidades que les permitan “sanar heridas”, “abrir horizontes” y redescubrir “que la vida es un don”, incluso en medio del sufrimiento.

Todos estamos llamados a actuar, a construir espacios de escucha, a promover la atención profesional cuando es necesaria, a tender puentes donde otros solo encuentran abismos, a desarrollar políticas públicas que fortalezcan las soluciones ante esta grave problemática.

La esperanza no elimina el dolor, pero lo ilumina con un horizonte posible. Oremos por quienes ya no están. Oremos por sus familias, que cargan con preguntas que nadie puede responder. Y oremos para que seamos una comunidad capaz de acompañar, de consolar y de sostener.

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