Es momento de desarmar nuestras calles
Hoy más que nunca necesitamos desarmar nuestras calles, no solo de las armas que quitan la vida, sino de las armas que dividen, desprecian y deshumanizan.
En un país herido por la violencia, el anhelo de paz no puede ser una consigna vacía, ni un llamado abstracto. Debe ser una tarea urgente y concreta. A partir del testimonio de los padres Javier y Joaquín, a quienes recordamos a tres años de su asesinato, y de tantas víctimas silenciadas, recordamos que la paz verdadera no se decreta: se construye en comunidad, con oración, con justicia, con acciones cotidianas que rompan los círculos del odio.
Hoy más que nunca necesitamos desarmar nuestras calles. No solo de las armas físicas que quitan la vida, sino de las armas simbólicas que dividen, desprecian y deshumanizan: el lenguaje de odio, la indiferencia, la corrupción, la mentira. Porque la violencia no empieza con el disparo, sino con la exclusión y el olvido.
La sangre de las víctimas, especialmente de los inocentes, debe convertirse en semilla de paz. Su memoria no puede perderse en el ruido de la resignación. Cada vida truncada por la violencia es una lágrima que el Padre recoge y una semilla que, con valentía, debemos regar para que germine justicia y reconciliación.
Y aprovechamos para recordar una de las semillas más importantes que sembró la búsqueda de justicia tras la muerte de los padres Javier y Joaquín: el Diálogo Nacional por la Paz, que ha logrado reunir a miles de personas para trabajar por iniciativas de reconciliación desde la familia, las escuelas, la universidad y en las propias calles de los pueblos, colonias y ciudades.
TE RECOMENDAMOS:
Anuncian 14 Acciones para Iniciar el Camino por la Paz en México
Hacemos eco del llamado que recientemente hizo el Diálogo Nacional por la Paz, de la mano de la Conferencia del Episcopado Mexicano, para formar un “nosotros” amplio, diverso, valiente, capaz de arropar, de exigir, de denunciar y de trabajar para detener la violencia y construir la paz.
Para desarmar nuestras calles, no basta con esperar que otros actúen. La construcción de la paz nos interpela a todos: a la Iglesia, a los gobiernos, a las organizaciones ciudadanas, a la sociedad. Nuestro país urge de un “nosotros” valiente, capaz de arropar al que sufre, de denunciar lo que está mal, y de tender la mano para transformar.
Trabajar por la paz no es una opción secundaria del Evangelio, es un mandato directo del Señor (cfr Mt 5,9), que nos dejó el ejemplo a través de su paz “desarmada y desarmante”, como lo ha señalado en varias ocasiones nuestro Papa León XIV.
Este compromiso de desarmar nuestras calles implica gestos concretos: educar, acompañar, participar, exigir justicia, cuidar la palabra, abrir espacios de encuentro.
Que el clamor de las víctimas nos despierte. Que la Palabra de Dios nos incomode. Que el Espíritu Santo nos impulse a ser sembradores de paz. Que la sangre derramada no sea en vano, sino que fecunde un país nuevo, donde la vida sea respetada, cuidada y celebrada.
Formemos un “nosotros” que sea luz en medio de la oscuridad. El Reino de Dios también se edifica desde aquí, con manos que consuelan, palabras que unen y corazones desarmados que creen que otro país es posible.