Una Iglesia para los pobres
La canonización de Romero es un paso hacia la Iglesia que anhela Francisco, esa que mira hacia los pobres.
Tres días después de su elección como Vicario de Cristo, el Papa Francisco sorprendió al mundo con esta inquietud: “¡Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres!”. Desde aquel día, esta frase ha marcado el rumbo de su pontificado.
La del Santo Padre no era sólo una ocurrencia para responder a las voces que acusaban a la Iglesia de opulenta, sino un fuerte y legítimo deseo de dar un golpe de timón a la misma barca de Pedro para ponerla al servicio de la caridad y de la promoción de la justicia social.
La canonización de monseñor Romero –primer obispo mártir de América– es un paso significativo hacia la Iglesia que anhela Francisco, esa Iglesia que mira hacia la pobreza, entendida ésta como la total disponibilidad a la voluntad de Dios, la “pobreza de espíritu”, la “pobreza evangélica” no de aquella que se presta al manoseo sociológico, ideológico y político.
En un país en el que la violencia lo había transformado todo en destrucción y muerte, Óscar Romero supo convertir la caridad en profecía, anunciando la justicia y denunciando la injusticia, pero sobre todo, promoviendo la verdad y el compromiso con el prójimo, reflejado principalmente en la defensa de los más necesitados.
La Iglesia necesita de más “Romeros” que sepan contagiar el gran amor de Dios por todos los hombres, que no vacilen en subrayar la importancia de la persona humana, y tengan la sensibilidad para ver el rostro de Cristo en los marginados, pobres, viudas, forasteros, oprimidos, perseguidos o enfermos; es decir, en tantos y tantos hermanos que han sido golpeados por diferentes pobrezas en el camino y esperan de un buen samaritano.
Hoy la Iglesia Católica agradece al Papa Francisco el regalo de San Óscar Arnulfo Romero, quien desde los altares –seguros estamos– intercederá para que su amada América sea de todos y para todos, y la Iglesia sea capaz de iluminar con la luz del Evangelio cualquier situación humana por más dolorosa y desesperanzadora que parezca.
Leer: Editorial: Los jóvenes, 50 años después del 2 de octubre