¿Cristianofobia?, ¿racismo?, ¿o ambas?
¿Acaso existen seres humanos de segunda clase, cuyo sufrimiento no amerite la indignación de los demás? Tal parece que hoy así es.
El mundo recuerda aún aquel ataque armado registrado en 2016 en un club nocturno en Orlando (Florida), en el que un individuo abrió fuego contra la comunidad gay que en esa ocasión se encontraba ahí reunida, dejando un saldo de medio centenar de personas muertas y una cantidad similar de heridos. O el caso igualmente pavoroso del ataque artero en 2017, perpetrado desde el piso 32 de un hotel, contra una multitud de más de 20 mil personas que esperaban disfrutar del festival de música “Route 91 Harvest” en el Strip de Las Vegas.
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Igual de indignantes a los ojos del mundo -y con justa razón calificados como monstruosidades-, resultaron los ataques terroristas de París en 2015, perpetrados en varios puntos de la ciudad, como la Sala de Conciertos Bataclan. Y ni qué decir del atentado homicida perpetrado a principios de ese mismo año contra colaboradores del semanario satírico francés “Charlie Hebdo”, cuyas imágenes retransmitidas mostraron al mundo el odio extremo que el ser humano es capaz de desarrollar.
Los anteriores acontecimientos -como ha ocurrido con muchos otros- ocuparon las primeras planas de los diarios más importantes del mundo; especialistas y líderes de opinión condenaron los hechos por semanas, y los usuarios de redes sociales organizaron campañas de repudio contra tales actos criminales, de la misma forma en que ocurrió el mes pasado con el tiroteo registrado en Uvalde, Texas, en el que 19 niños y dos adultos murieron durante un tiroteo en la Escuela Primaria Robb.
Sin embargo, por alguna razón no ocurrió lo mismo con el ataque contra cristianos de una parroquia en Nigeria el pasado domingo, en Pentecostés, que dejó un saldo de por lo menos cuatro decenas de muertos, entre los que se encontraban mujeres y niños. Si bien la noticia fue difundida, no mereció las ocho columnas de los diarios; fue una nota de interiores, por decirlo así, cual si el de los nigerianos fuera un sufrimiento de segunda clase.
¿Por qué este hecho tan horroroso no mereció un análisis más profundo para la mayoría de los medios de comunicación? ¿Por qué no hubo perfiles en redes sociales con las banderas de Nigeria o de la cruz de Cristo? ¿Por qué no hubo famosos levantando la voz en una campaña organizada? ¿Será que verdaderamente el mundo hoy sufre el mal de la cristianofobia? ¿Será que el discurso actual del racismo es mera retórica? ¿Será que ocurren ambas cosas?
Como cristianos, o simplemente como personas de buena voluntad, no podemos dejar que este y otros hechos tan horrorosos perpetrados contra nuestros hermanos cristianos queden traspapelados en la sección de “Internacionales” de los rotativos. Unámonos a la voz del Papa Francisco, que ha expresado su profunda aflicción por este horrible ataque, y ha encomendado las almas de los muertos a la misericordia amorosa de Dios omnipotente.
Con el mismo coraje que hemos señalado los terribles ataques cometidos en Estados Unidos, Francia y otros países de occidente, reflexionemos, conmovámonos y actuemos con convicción y valentía para hacer visible cada acto de injusticia que se comente contra cristianos en cualquier parte del mundo. Y no dejemos de orar por nuestros hermanos africanos, cuya voz es tan lejana que por este lado del mundo apenas se escucha.