Asumir compromisos más allá de las redes sociales
Si a la fuerza de la juventud se le añade la experiencia, hay resultados sorprendentes.
Las capacidades del ser humano han dejado huella en el mundo desde remotos siglos. Tanto los menhires y pirámides, como ciudades y caminos antiquísimos, ciencia y tecnologías crecientes, arte y literatura inagotables, han sido impulsados por una fuerza que con frecuencia es ignorada: la fuerza propia de la juventud.
Y a la juventud nos referimos no sólo como una edad de transición a la etapa adulta, sino como el ímpetu de la humanidad para seguir siempre en búsqueda, en crecimiento, en esperanza. Si a tal fuerza se añade la experiencia y el conocimiento acumulado, entonces hay resultados sorprendentes. Pero si se le encandila con placebos disfrazados de cultura o ilusiones de pantallas aisladoras, éstos se convierten en cadenas. Este es el riesgo que se corre con las redes sociales.
Hace 55 años, San Paulo VI, en el mensaje al final del Concilio Vaticano II, decía a los jóvenes: “La Iglesia es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse.”
Es reconfortante que ahí donde hay un adulto o un anciano generoso y alegre, hay jóvenes entusiastas y atrevidos, pues en quien ha gastado con provecho su propia vida, las nuevas generaciones descubren que vale la pena arriesgarlo todo. Podemos decir que no hay mejor reconocimiento a tantos maestros honestos que el aprecio de las nuevas generaciones; y los líderes más auténticos –pensemos en Mandela, Gandhi, o Santa Teresa de Calcuta– sin duda son los más reconocidos por jóvenes que se arriesgan a enfrentar un presente de retos y desafíos más que a esperar dádivas o promesas acarameladas.
Como tantas instituciones, la Iglesia necesita de los jóvenes no para un mero reciclaje generacional, sino para seguir dándose con generosidad, para arriesgarse a nuevas conquistas, como decía San Paulo VI.
Con los jóvenes no caben manipulaciones ideológicas ni políticas sedantes, pues tarde o temprano ellos mismos reclamarán asumiendo riesgos y sustituyendo los esquemas caducos con ideales renovados. Ojalá que nadie se atreva a intentar manipularlos, lo puede pagar muy caro.
Siendo fiel al anuncio del Evangelio, la Iglesia conserva la sintonía juvenil que late lo mismo en un anciano político como José Mújica -cuyo discurso sigue siendo crítico y propositivo-, como en Greta Thunberg, que a sus 16 años ha puesto en tela de juicio las políticas antiecológicas de empresas globales y naciones ricas.
Alentando a la auténtica juventud, sin duda dejaremos una imborrable y benéfica huella, como la recibida de nuestros antepasados. Pero hemos de ofrecerles más encuentros llenos de calidad y más oportunidades de compromiso, y en este sentido, las plataformas digitales deben ser aprovechadas como herramientas para ello, pero también para la construcción de cambios sociales y para la transformación de realidades que no nos gustan, y no como meros distractores.
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