El significado de la Navidad: el nacimiento de Jesús y la dignidad de toda vida
Jesús nace en un pesebre y nos enseña que ninguna vida sobra. El belén como Evangelio vivo y defensa de la dignidad humana.
El Evangelio narra que Jesús nace en la pobreza de un pesebre, porque “no había lugar” para Él (cf. Lc 2,7). En Belén, Dios elige la sencillez y, desde ahí, revela su modo de amar. Por eso el Papa Francisco nos recordaba que el belén es “como un Evangelio vivo”, capaz de llevar la Buena Noticia a los lugares de la vida ordinaria: hogares, escuelas, trabajo, hospitales, residencias, prisiones y plazas.
La humildad del portal no empobrece a Dios; nos libera de nuestros ídolos. Se hizo pequeño por nosotros en un humilde pesebre y se hace pequeño por nosotros en la sencillez de la hostia.
Si Dios puede hacerse pequeño, entonces la grandeza humana no está en dominar sino en amar, en el don de sí, en la cercanía que sostiene al frágil. Y el mismo Francisco, al explicar el sentido del nacimiento, invita a “sentir” y “tocar” la pobreza asumida por el Hijo de Dios en la Encarnación, y así, “seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo”.
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De aquí se desprende una premisa decisiva para la Iglesia: la dignidad humana no se negocia. La dignidad es otorgada por Dios, no se reclama ni se merece, y pertenece a toda persona “más allá de toda circunstancia, estado o situación” (Declaración Dignitas infinita).
Por eso, la vida humana debe ser respetada y protegida absolutamente en todo momento. El Niño en el pesebre nos llama a no descartar al no nacido, ni al enfermo, ni al anciano; tampoco puede relativizar la vida del pobre, del migrante, del que vive con discapacidad, o del que ha caído en adicciones. En la lógica del belén no hay vidas sobrantes.
La defensa de la dignidad de cada persona no depende de que piense como yo, vote como yo o viva en la misma zona que yo. Si Dios nace para todos, entonces toda vida merece respeto, toda persona merece un trato humano, y toda diferencia debe ser ocasión de diálogo y búsqueda del bien común, no de odio ni descalificación.
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Cuando la violencia normaliza la muerte, cuando la polarización rompe la convivencia, cuando la pobreza y la soledad se vuelven algo cotidiano, el pesebre nos devuelve una pregunta incómoda: ¿a quién le estamos negando el lugar?
Hacerle lugar hoy es cuidar al no nacido, acompañar al enfermo y al anciano, y rechazar toda violencia.
Que esta Navidad, el Niño de Belén nos conceda un corazón capaz de reconocer la dignidad de cada persona, defender toda vida y hacerle lugar al otro. De otra manera, le quitamos al pesebre la oportunidad de convertirse en un modo de vida y le damos valor como un simple elemento decorativo.

