¿En algún otro lugar de la Escritura se compara al Espíritu con ríos de agua viva?
Jesús dijo a Nicodemo: “el que no nace del agua y del Espíritu no entrará al reino de Dios”
Hemos llegado a la solemnidad que concluye el tiempo de Pascua, centro y eje del año litúrgico. El
espíritu del Señor es una expresión que encontramos desde el inicio del pentateuco cuando el autor
sagrado nos dice que una vez creados los cielos y la tierra, todo era caos y la oscuridad cubría el abismo
pero el espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas”. (Gn 1,2) También encontramos que algunos
jueces como Sansón y en general los profetas realizaban su acción bajo inspiración del Espíritu de Dios.
La simbología del fuego devorador también está presente en el Antiguo Testamento el profeta Isaías se
pregunta: “¿Quién habitará un fuego devorador? (Is 33,14); y en la celebración de la Alianza del Sinaí la
presencia de Dios se representa por fuertes truenos y fuego en la montaña (Ex 19,17-18).
En el Nuevo Testamento se representa la presencia del Espíritu con una paloma, cuando Jesús sale del agua al ser bautizado por Juan Bautista (Mt 3,26). En Pentecostés se le representa como viento impetuoso y lenguas de fuego que descendieron sobre los presentes en el cenáculo (Hch 2,3).
Solamente en la tradición de San Juan encontramos la representación del Espíritu relacionado con el agua. Jesús dijo a Nicodemo: “el que no nace del agua y del Espíritu no entrará al reino de Dios” (Jn 3,5).
Agua y Espíritu están en paralelismo. Otro pasaje que parece referir el agua viva al Espíritu Santo es el encuentro de Jesús con la samaritana: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te habla tú le pedirías a él y te daría agua viva” (Jn 4,10).
Pero el texto que identifica con claridad el agua viva con el Espíritu Santo es el que hemos leído el día de hoy “’Del corazón del que cree en mí brotarán ríos de agua viva’. Al decir esto se refería al Espíritu Santo…” (Jn 7,38-39). Así es que una representación del Espíritu como agua viva es cierta y clara en el Nuevo Testamento, específicamente en el evangelio de San Juan.
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