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COLUMNA

Convicciones

La esperanza se aprende

La esperanza no es un dato. Es una atmósfera que se crea en la reunión. Hay que reunirse. La esperanza no es un saber solitario

22 diciembre, 2024
POR:
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Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político. 

En el mes de noviembre pasado un grupo de amigos, que desde 1998 nos reuninos cada seis meses, para hacer un retiro espiritual de tres días, tomamos como tema de reflexión la Esperanza cristiana. Cada uno comprtió su reflexión, para luego dialogar sobre las mismas y hacer oración.

Comparto con ustedes la reflexión que en esa ocasión nos persentó Luis de Tavira, uno de los más grandes directores de teatro que ha tendio nuestro país en los últimos 50 años. Su trabajo ha sido reconocido por la crítica y también por el péblico, que ama el teatro. Aquí su texto:         

Ante tanta maldad, tanta violencia, ante tanta angustia y tanto desconsuelo ¿dónde encontrar el camino para recuperar la esperanza?

En la introducción a su libro El principio esperanza, escrito en el contexto de Auschwitz y de la bomba atómica, Ernst Bloch refiere la leyenda de Sigfrido que tanto caló a la juventud occidental del siglo XIX; la aventura del joven temerario que no conocía el miedo y que tuvo que aprenderlo.

“… En cierta ocasión alguien salió al ancho mundo para aprender qué era el miedo. En la época reciente eso se ha logrado más fácil y directamente que nunca. Se ha alcanzado un dominio absoluto de ese arte: conocer el miedo…”

Hoy en día, nuestros jóvenes ya desde muy tierna edad alcanzan el doctorado en el miedo.

Tal vez la más apremiante necesidad espiritual de nuestros días sea la de aprender la esperanza; el desafio hoy será aventurarse para aprender esperanza.

La esperanza se aprende, pero hay que querer aprenderla.

Es en el profundo deseo que experimentamos de aprender esperanza hoy, en nuestro tiempo, en nuestro país, en nuestra familia, en nuestras relaciones, en nuestra vida espiritual, donde podemos fundar nuestra esperanza.

El miedo paraliza, la angustia aísla, la esperanza es ir los otros, buscarlos, procurarlos, escucharlos.

La esperanza brota cuando experimentamos cómo nos tenemos unos a los otros.

La esperanza se aprende solo si se experimenta. Es un saber phrónico. El saber de la phronesis es distinto del saber de sofía; la sabiduría que en griego se llama sofía, consiste en un saber que existe antes de la experiencia y de la práctica; el saber de la phronesis no pre-existe a la experiencia, es el saber de lo que se aprende solo si se experimenta. La esperanza se aprende cuando se experimenta.

La esperanza no es un dato. Es una atmósfera que se crea en la reunión. Hay que reunirse. La esperanza no es un saber solitario.

El sujeto de la angustia es el yo aislado. El sujeto de la esperanza es un nosotros. Es incendio y se propaga.

La esperanza es también el gozo del inicio. Hay que reiniciar. Hay que recuperar el ímpetu de empezar, de inventar, de descubrir el gozo de  mirar cómo algo empieza, en lugar de abatirnos en la tristeza de mirar cómo todo se acaba.

La desesperanza clama que el mundo se está acabando; la esperanza sabe que el mundo apenas empieza. Está naciendo; “una señal les doy: un niño nos ha nacido..” La esperanza es adviento: alguien viene.

La esperanza es asombro, es experimentar cómo lo que estaba oculto sale de su sombra y nos asalta. La esperanza es la capacidad de asombrarse al milagro cotidiano de la vida que siempre recomienza.

Del asombro esperanzado decimos que es una gracia, un regalo reservado a los sencillos, a los pequeños, a los humildes, al os que sufren callados, y a los vigías que aguardan.

La desesperanza es estar atrapados en el cerco de lo mismo. La esperanza nace al descubrir lo nuevo que hay en lo mismo y que lo revela otro, nuevo y desconocido; en este mismo mundo empieza otro mundo. Uno nuevo y desconocido que invita a su descubrimiento.

La esperanza es también descubrir una patria nueva, como la del poeta de la Suave Patria, que supo mirar la antigua novedad de una patria íntima de cada uno y de uno a uno de todos; una patria siempre igual y cada vez distinta, como cada Ave María en el círculo infinito del rosario y sus misterios dolorosos, gozosos y gloriosos.

La esperanza es ir, salir, arriegarse; no es quedarse sentados esperando a que llegue la otra vida en la que todo se arregle. El miedo paraliza, la esperanza inquieta.

Hay que salir y mirar de frente el desamparo y detenerse, tal vez un segundo, o dos, o tres y sucumbir a la tentación de la bondad.

Y entoces, cuidar, curar, consolar, visitar, escuchar, acompañar…

La esperanza es acción y enfrentamiento, es lo contrario a la resignación. Es la convicción de que el cambio es posible y empieza hoy, en mí, por pequeño que sea, como semilla de mostaza.

Despertar a la conciencia de la realidad, por atroz que ésta sea, siempre será necesario y saludable.

Será aún mejor, preguntarse por las causas del sufrimiento de la mayoría.

Sin embargo, lo decisivo será descubrir la posibilidad del cambio, porque sólo la afirmación del cambio nos recupera la esperanza.


Autor

Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.