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COLUMNA

Columna invitada

Otro país, con los jóvenes

En México, la Iglesia quiere compartir con los adolescentes y jóvenes la tarea de hacer un país lleno de esperanza, alegría y vida plena.

21 julio, 2021

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Una persona me platicó que quedó sorprendida porque fue a una tiendita de abarrotes del pueblo a comprar sus cosas, y estaban allí tres jóvenes con armas, prepotentes y sintiéndose reyes del lugar, causando temor en los presentes. Lo que más le sorprendió fue que quien los lidereaba era una jovencita, tatuada por todas partes, con un vocabulario y unas expresiones muy vulgares. Un domingo, al salir de la Misa de medio día, pasando por la plaza del pueblo, frente a mí, a un metro de distancia, pasó una camioneta con unos diez jóvenes armados, miembros de un grupo que se dedica a extorsionar. Nos quedamos asombrados y preocupados, con esos jóvenes engarzados por líderes de grupos armados que imponen sus leyes por todas partes. Unos sacerdotes de Mazatlán, al oeste del país, me platicaron que muchos niños y adolescentes dicen sin ningún rubor que, cuando sean mayores de edad, su ilusión es llegar a ser narcotraficantes, por los lujos y placeres que éstos presumen. ¿Qué hacemos por esa juventud? El presidente de nuestro país sostiene que hay que atacar esto desde raíz, ofreciendo a los jóvenes oportunidades de estudiar y trabajar. Tiene toda la razón y hay que apoyar eso; pero quienes ya están dentro de esos grupos no entienden de abrazos y buenos consejos de sus mamás, y hay que defender al pueblo pobre que sufre por esa delincuencia que no se detiene.

Pensar

El Papa Francisco, en su visita a nuestro país, dijo a los jóvenes en Morelia, el 16 de febrero de 2016: “Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven; son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra; hay que transformarla en esperanza. No todo está perdido. La principal amenaza a la esperanza es cuando sientes que no le importas a nadie, o que estás dejado de lado. Hay otra principal amenaza a la esperanza: hacerte creer que empiezas a ser valioso cuando te disfrazas de ropas, marcas, del último grito de la moda, o cuando te vuelves importante por tener dinero; pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor. La principal amenaza es cuando uno siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de los demás. La principal amenaza es creer que, por tener un gran carro, eres feliz. Muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror. Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno, de estudio y capacitación. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando, por ser jóvenes, se los usa para fines mezquinos, seduciéndolos con promesas que, al final, no son reales; son pompas de jabón. Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico, o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte. Yo creo en Jesucristo y por eso les digo esto: Él es quien renueva continuamente en mí la esperanza, es Él quien renueva continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea en cada uno de nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar juntos. Es Él quien continuamente me invita a convertir el corazón. Por favor, nunca se suelten de su mano. Y y si se caen una vez, déjense levantar por Él. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo; por favor, nunca se aparten de Él, y si se apartan, se levantan y siguen adelante. El comprende lo que son estas cosas. Es cierto que, por este camino, quizás no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca les podrá sacar, que es la experiencia de sentirse amados, abrazados, acompañados; es el encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de soñar en el encuentro de todos. Es la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad y es la experiencia de poder mirar al mundo, a la cara, con la frente alta, sin el carro, sin la plata, pero la frente alta. Jesús, el que nos da la esperanza, nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos. Nos llama amigos. Jesús nunca nos mandaría a la muerte, sino que todo en Él es invitación a la vida. En la familia se aprende cercanía, se aprende solidaridad, se aprende a compartir, a discernir, a llevar adelante los problemas unos de otros, a pelearse y a arreglarse, a discutir y abrazarse y a besarse. La familia es la primera escuela de la nación y en la familia está esa riqueza que tienen ustedes. Nunca, nunca dejen de lado la familia. La familia es la piedra de base de la construcción de una gran nación”.

Actuar

El episcopado mexicano, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, hicimos la opción de ser “una Iglesia que comparte con los adolescentes y jóvenes la tarea de hacer un país lleno de esperanza, alegría y vida plena”. Y para ello nos comprometimos a acompañarlos “con cercanía, confianza y diálogo mutuo, para reconocerlos como protagonistas de una transformación social y sujetos de una nueva etapa en la evangelización en nuestras comunidades juveniles, desde un proyecto de vida, orientado hacia su propia santidad” (PGP 188). Hicimos el compromiso de “promover iniciativas de educación y desarrollo humano integral de los adolescentes y jóvenes, acercarnos a ellos en sus diversas realidades y ambientes, acompañar y promover encuentros con Jesucristo Vivo, favorecer iniciativas de evangelización y trabajo misionero de los jóvenes hacia los mismos jóvenes, realizar proyectos pastorales encaminados a acompañar y ayudar a los jóvenes en riesgo de violencia, narcotráfico, prostitución, trata de personas, etc., con ambientes más sanos que les ayude a desarrollar su espíritu juvenil” (Ibid). El Card. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas.

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Una persona me platicó que quedó sorprendida porque fue a una tiendita de abarrotes del pueblo a comprar sus cosas, y estaban allí tres jóvenes con armas, prepotentes y sintiéndose reyes del lugar, causando temor en los presentes. Lo que más le sorprendió fue que quien los lidereaba era una jovencita, tatuada por todas partes, con un vocabulario y unas expresiones muy vulgares.

Un domingo, al salir de la Misa de medio día, pasando por la plaza del pueblo, frente a mí, a un metro de distancia, pasó una camioneta con unos diez jóvenes armados, miembros de un grupo que se dedica a extorsionar. Nos quedamos asombrados y preocupados, con esos jóvenes engarzados por líderes de grupos armados que imponen sus leyes por todas partes.

Unos sacerdotes de Mazatlán, al oeste del país, me platicaron que muchos niños y adolescentes dicen sin ningún rubor que, cuando sean mayores de edad, su ilusión es llegar a ser narcotraficantes, por los lujos y placeres que éstos presumen.

¿Qué hacemos por esa juventud? El presidente de nuestro país sostiene que hay que atacar esto desde raíz, ofreciendo a los jóvenes oportunidades de estudiar y trabajar. Tiene toda la razón y hay que apoyar eso; pero quienes ya están dentro de esos grupos no entienden de abrazos y buenos consejos de sus mamás, y hay que defender al pueblo pobre que sufre por esa delincuencia que no se detiene.

Pensar

El Papa Francisco, en su visita a nuestro país, dijo a los jóvenes en Morelia, el 16 de febrero de 2016:

“Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven; son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra; hay que transformarla en esperanza. No todo está perdido. La principal amenaza a la esperanza es cuando sientes que no le importas a nadie, o que estás dejado de lado.

Hay otra principal amenaza a la esperanza: hacerte creer que empiezas a ser valioso cuando te disfrazas de ropas, marcas, del último grito de la moda, o cuando te vuelves importante por tener dinero; pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor. La principal amenaza es cuando uno siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de los demás. La principal amenaza es creer que, por tener un gran carro, eres feliz.

Muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror. Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno, de estudio y capacitación. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando, por ser jóvenes, se los usa para fines mezquinos, seduciéndolos con promesas que, al final, no son reales; son pompas de jabón. Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico, o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte.

Yo creo en Jesucristo y por eso les digo esto: Él es quien renueva continuamente en mí la esperanza, es Él quien renueva continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea en cada uno de nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar juntos. Es Él quien continuamente me invita a convertir el corazón. Por favor, nunca se suelten de su mano. Y y si se caen una vez, déjense levantar por Él. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo; por favor, nunca se aparten de Él, y si se apartan, se levantan y siguen adelante. El comprende lo que son estas cosas.

Es cierto que, por este camino, quizás no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca les podrá sacar, que es la experiencia de sentirse amados, abrazados, acompañados; es el encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de soñar en el encuentro de todos. Es la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad y es la experiencia de poder mirar al mundo, a la cara, con la frente alta, sin el carro, sin la plata, pero la frente alta.

Jesús, el que nos da la esperanza, nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos. Nos llama amigos. Jesús nunca nos mandaría a la muerte, sino que todo en Él es invitación a la vida.

En la familia se aprende cercanía, se aprende solidaridad, se aprende a compartir, a discernir, a llevar adelante los problemas unos de otros, a pelearse y a arreglarse, a discutir y abrazarse y a besarse. La familia es la primera escuela de la nación y en la familia está esa riqueza que tienen ustedes. Nunca, nunca dejen de lado la familia. La familia es la piedra de base de la construcción de una gran nación”.

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El episcopado mexicano, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, hicimos la opción de ser “una Iglesia que comparte con los adolescentes y jóvenes la tarea de hacer un país lleno de esperanza, alegría y vida plena”. Y para ello nos comprometimos a acompañarlos “con cercanía, confianza y diálogo mutuo, para reconocerlos como protagonistas de una transformación social y sujetos de una nueva etapa en la evangelización en nuestras comunidades juveniles, desde un proyecto de vida, orientado hacia su propia santidad” (PGP 188).

Hicimos el compromiso de “promover iniciativas de educación y desarrollo humano integral de los adolescentes y jóvenes, acercarnos a ellos en sus diversas realidades y ambientes, acompañar y promover encuentros con Jesucristo Vivo, favorecer iniciativas de evangelización y trabajo misionero de los jóvenes hacia los mismos jóvenes, realizar proyectos pastorales encaminados a acompañar y ayudar a los jóvenes en riesgo de violencia, narcotráfico, prostitución, trata de personas, etc., con ambientes más sanos que les ayude a desarrollar su espíritu juvenil” (Ibid).

El Card. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas.