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La política, una expresión de amor

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He conocido campesinos, algunos analfabetas, que, sin militar en algún partido político y sin contender por un puesto, hacen mucho por su comunidad. Además de trabajar por su familia, dedican buena parte de su tiempo y de sus recursos para luchar por que haya luz eléctrica en su pueblo, que haya caminos y carreteras, que haya escuelas y clínicas de salud, que haya campos deportivos. No lo hacen en forma aislada, ni bloqueando carreteras o promoviendo acciones violentas, sino congregando al pueblo y organizándolo. Cuando alguien tiene un problema, económico, familiar o legal, acude a esas personas, para recibir un consejo y un apoyo. Cuando hay pleitos por la posesión de la tierra, procuran la reconciliación y no exacerban pasiones encontradas. Son líderes que no se hacen propaganda, que no actúan por un interés individualista, ni porque les sobren tiempo y dinero. Son parte vital de un pueblo, que así progresa y sale adelante. Son columnas de una comunidad, no oportunistas electoreros. Son una vivencia, sin publicidad, de la verdadera política, por su amor a los demás, por su preocupación por que su gente viva un poco mejor. Son santos, porque la santidad es el amor a Dios y al prójimo. Los que conozco, están inspirados por su fe en Dios, por la Sagrada Escritura y por el buen ejemplo de sus mayores. Su pueblo, espontánea y confiadamente, les pide ejercer algún cargo, no necesariamente remunerado, porque los conocen y saben que no les defraudarán. No son una utopía, ni un cuento ingenuo, sino la riqueza de muchas comunidades. Son valiosos tesoros, perlas preciosas, que nos dan confianza y esperanza. No todo está podrido. En cambio, ¡cuántos lamentos y críticas por los vividores de la política y del poder público! Hay personas y familias que quieren perpetuarse en el poder, y para ello mueven todos los hilos posibles, incluso tramando cambios legales que les beneficien, con la apariencia de pretender el bien social. Invierten mucho tiempo y dinero para hacerse publicidad y convencernos de que son la mejor opción. Se imaginan que nadie más que ellos sabe hacer bien las cosas; califican a los demás como lo peor; tienen un orgullo muy pretencioso; es difícil que acepten consejos y criterios divergentes.

Pensar

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “La caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor. Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del verdadero espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son diferentes a los de un pragmatismo sin alma. Por ejemplo, no se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la pasividad” (187). “Los políticos están llamados a preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la ‘cultura del descarte’. Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad. El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias” (188).

Actuar

Hay que tomar en serio las elecciones del próximo domingo 6 de junio y participar con nuestro voto, para apoyar a quienes sean verdaderos servidores de la comunidad. No votes por quien sólo se hace propaganda, pero no ha demostrado con sus hechos el amor generoso y desinteresado por el pueblo. Conoce a los candidatos y analiza quiénes merecen tu voto. No votes irresponsablemente, ni te abstengas sólo por comodidad e indiferencia. Con tu voto, puedes ayudar a que un buen proyecto prospere, o impedir que alguien siga dañando al pueblo. *El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas. Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.

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He conocido campesinos, algunos analfabetas, que, sin militar en algún partido político y sin contender por un puesto, hacen mucho por su comunidad. Además de trabajar por su familia, dedican buena parte de su tiempo y de sus recursos para luchar por que haya luz eléctrica en su pueblo, que haya caminos y carreteras, que haya escuelas y clínicas de salud, que haya campos deportivos.

No lo hacen en forma aislada, ni bloqueando carreteras o promoviendo acciones violentas, sino congregando al pueblo y organizándolo. Cuando alguien tiene un problema, económico, familiar o legal, acude a esas personas, para recibir un consejo y un apoyo. Cuando hay pleitos por la posesión de la tierra, procuran la reconciliación y no exacerban pasiones encontradas.

Son líderes que no se hacen propaganda, que no actúan por un interés individualista, ni porque les sobren tiempo y dinero. Son parte vital de un pueblo, que así progresa y sale adelante. Son columnas de una comunidad, no oportunistas electoreros. Son una vivencia, sin publicidad, de la verdadera política, por su amor a los demás, por su preocupación por que su gente viva un poco mejor. Son santos, porque la santidad es el amor a Dios y al prójimo. Los que conozco, están inspirados por su fe en Dios, por la Sagrada Escritura y por el buen ejemplo de sus mayores.

Su pueblo, espontánea y confiadamente, les pide ejercer algún cargo, no necesariamente remunerado, porque los conocen y saben que no les defraudarán. No son una utopía, ni un cuento ingenuo, sino la riqueza de muchas comunidades. Son valiosos tesoros, perlas preciosas, que nos dan confianza y esperanza. No todo está podrido.

En cambio, ¡cuántos lamentos y críticas por los vividores de la política y del poder público! Hay personas y familias que quieren perpetuarse en el poder, y para ello mueven todos los hilos posibles, incluso tramando cambios legales que les beneficien, con la apariencia de pretender el bien social. Invierten mucho tiempo y dinero para hacerse publicidad y convencernos de que son la mejor opción. Se imaginan que nadie más que ellos sabe hacer bien las cosas; califican a los demás como lo peor; tienen un orgullo muy pretencioso; es difícil que acepten consejos y criterios divergentes.

Pensar

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “La caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor. Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad.

Esta mirada es el núcleo del verdadero espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son diferentes a los de un pragmatismo sin alma. Por ejemplo, no se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la pasividad” (187).

“Los políticos están llamados a preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la ‘cultura del descarte’. Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.



El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado.

Hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias” (188).

Actuar

Hay que tomar en serio las elecciones del próximo domingo 6 de junio y participar con nuestro voto, para apoyar a quienes sean verdaderos servidores de la comunidad. No votes por quien sólo se hace propaganda, pero no ha demostrado con sus hechos el amor generoso y desinteresado por el pueblo. Conoce a los candidatos y analiza quiénes merecen tu voto. No votes irresponsablemente, ni te abstengas sólo por comodidad e indiferencia.

Con tu voto, puedes ayudar a que un buen proyecto prospere, o impedir que alguien siga dañando al pueblo.

*El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas.

Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.





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