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Homilía pronunciada por el Card. Carlos Aguiar Retes en la INBG

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Homilía del V Domingo de Cuaresma

18 de marzo de 2018

“Crea en mí, Señor, un corazón puro”. (Sal 51,12)

 

Así respondíamos a las lecturas de este quinto domingo de Cuaresma, que presenta textos para ayudarnos a preparar, en la inminencia de la Pascua, las celebraciones de Semana Santa, y poder aprovechar lo que Dios nos ofrece. “Crea en mí, Señor un corazón puro” (Sal 51,12). ¿Por qué es necesario hacer esta súplica a Dios?

Anuncia el profeta Jeremías que habrá una Nueva Alianza, la cual se ha cumplido en Jesucristo. ¿Pero en qué consiste que sea nueva? Lo dice claramente el profeta: “ésta será la Alianza nueva que voy a hacer con Israel: voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jr 31,33).

¿Cuál es la diferencia entre la Antigua Alianza que tenía el pueblo de Israel, y esta Nueva que se ha realizado en Jesucristo? La insistencia es en que ya no dependerá directamente del cumplimiento de la ley, sino de la relación personal con Dios.

Nosotros estamos educados desde pequeños, en el Catecismo, a conocer los Diez Mandamientos y los preceptos de la Iglesia. Nuestros padres seguramente nos dijeron: “hay que cumplirlos”, nos apoyaron; pero hemos quedado en ese grado inicial de cumplimiento de la Alianza. Nos queda un camino muy importante para que pueda haber esta relación entre mente y corazón con Jesucristo, entre mente y corazón con Dios, una experiencia de relación personal.

Por eso es que necesitamos un corazón nuevo. ¿Cómo hacerlo? ¿De qué forma podemos recorrer ese camino y no quedarnos en la infancia, sino pasar a la madurez del discípulo de Cristo? No podemos ser siempre niños, necesitamos madurar y crecer en nuestras relaciones como lo hacemos en la vida humana. ¿Cómo hacer esto con Dios?

La segunda lectura nos ayuda a descubrir ese proceso, cuando nos presenta que el mismo Cristo tuvo que hacer una oración, y esa oración no fue simplemente como la solemos hacer, de súplica o  a través de una oración vocal que se aprende desde niños, sino de lo que existencialmente está viviendo Jesucristo, pidiéndole a Dios descubrir lo que tiene que hacer de frente a lo que está viviendo.

Ésta es la meta de la madurez del discípulo de Cristo: caminar en la oración de discernimiento, aprender a descubrir, desde los acontecimientos personales, familiares o sociales, qué es lo que quiere Dios que hagamos en lo personal, en lo comunitario y en lo social; y también ponerlo en oración para que se fortalezca mi interior, mi espíritu, y entender, como lo vemos en el Evangelio de hoy: Jesucristo, con plena conciencia del temor natural de acercarse a la muerte, la asume con la fortaleza necesaria, aceptándola como voluntad de Dios su Padre.

El camino para crear este corazón puro en nosotros, es aprender la oración de discernimiento, ¿y hacia dónde nos lleva esta oración? Hacia todo tipo de relaciones con los demás.



Veamos en el Evangelio (Jn 12,20-33) cómo se acercan unos griegos -dice el texto- al discípulo Felipe, que quieren ver a Jesús. Tienen el deseo de conocer esta Nueva Alianza, a este Mesías, que está presentándose en este pequeño pueblo de aquel mundo, dominado por los Romanos en el poder, y dominado culturalmente por los Griegos. Pensar que son éstos los que vienen a ver en un pequeño pueblo, lo que está sucediendo con este personaje que se presenta como el Mesías.

Aquí vemos que nuestras relaciones no se pueden quedar solamente en un círculo estrecho, sino que tienen que ampliarse como comunidad cristiana. Y por eso, hoy la Iglesia Católica es una iglesia Universal, que está presente en todos los rincones del mundo; tiene que dialogar con las culturas dominantes de la globalización, como lo hicieron en este pasaje los griegos con los discípulos.

Y Cristo dio una respuesta que nos ayuda a descubrir no solamente ese desafío con la cultura dominante, sino también el desafío de transmitir la experiencia a las nuevas generaciones.

Hoy día, nuestra juventud necesita de nosotros los mayores para descubrir este camino de discipulado, de la oración de discernimiento. En esto -puedo decirles-, encontraremos, como las encuentra Jesús, resistencias, contradicciones, oposiciones y francas rebeldías.

¿Pero qué dice Jesús en el Evangelio de hoy?: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, el que se aborrece a sí mismo se asegura para la vida eterna” (Jn 12,24-25).

Dar la vida, como el grano de trigo que cae, para que surja una nueva planta y produzca frutos, seguir dando vida a través de las distintas generaciones que vamos transitando en esta vida terrena, ése es nuestro desafío: no tener miedo a lo que hemos descubierto, que son los valores fundamentales de la vida humana, no tener miedo de anunciarnos a través de nuestro propio testimonio, descubriendo qué es lo que Dios nos pide hacer, descubriendo qué es lo que tenemos que dar a los demás, descubriendo que el sentido de nuestra vida es ayudar a nuestro prójimo, individual y comunitariamente, descubriendo que solamente muriendo de esa forma, desgastándonos por los demás, seremos no sólo felices, no sólo con una paz interior que nadie nos podrá robar, sino que seremos llamados a la eternidad de vivir con Dios.

Digamos, pues al Señor, en esta preparación hacia la Pascua y hacia la Semana Santa, digámosle con mucha fe, aquí ante María de Guadalupe, que vino a nuestro encuentro como pueblo para mostrarnos a su Hijo Jesucristo, digámosle a ella, nuestra Madre tierna que está aquí para ayudarnos: “Crea en mí un corazón puro” (Sal 51,12).

Que así sea.

 

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México





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