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Homilía en la Solemnidad de la Asunción de María

“Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías” (Ap. 11:19-12:10)

Hoy, al celebrar la Asunción de María a los cielos, la liturgia presenta textos que hablan del sentido que tiene el misterio de María asunta al cielo, al lado de su Hijo. Por eso, la segunda lectura del apóstol san Pablo recuerda que Cristo, injustamente muerto en cruz y sentenciado como blasfemo; es decir, identificado como una persona mentirosa, que se hacía pasar por lo que no era, fue justamente redimido por la resurrección. Mostrando así, Dios su Padre, que efectivamente era su Hijo, que se había encarnado en el seno de María para redimirnos a nosotros, a todos sus hijos, a todos los que formamos la familia humana a lo largo de los siglos.

Así también, la asunción de María a los cielos significa, como la resurrección de Cristo, el triunfo sobre el mal, significa la redención sobre lo injusto, significa la recompensa merecida a quien ha respondido al proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros y para la creación entera.

Veamos las figuras que aparecen en estos textos claves del Apocalipsis en la primera lectura, y del Evangelio en la lectura de hoy: en el Apocalipsis –dice el texto–: “Apareció una figura prodigiosa, una mujer que estaba encinta y a punto de dar a luz, y gemía con los dolores de parto” (Ap. 11:19-12); también dice el texto que: “Apareció un enorme dragón que lo destruía todo, después vemos que también este dragón quiere impedir que la mujer de a luz, pero el niño nace, y el dragón quiere devorarlo. Sin embargo, la mujer huye al desierto a un lugar preparado por Dios” (Ap. 11:19-12:6).

¿Qué interpretación hacemos de estas dos figuras y de esta escena? Para entenderlas, recojamos la figura de María. María es la que encarnó a Jesús, le dio cuerpo. Nace Jesús del seno de María, pero Jesús no es aceptado, lo devoró el dragón de la injusticia y de la mentira, por la falta de respuesta particularmente de quienes en ese tiempo estaban constituidos en autoridad, tanto Poncio Pilato, Procurador Romano, como el Sanedrín de la comunidad judía.

María ha dado a luz a Jesús, y Jesús es rechazado. Pero con la Asunción de María y la resurrección de Jesucristo, Dios nos habla del cumplimiento de su promesa de estar con nosotros, de revelarse como Padre de nosotros, y estar del lado del bien y del proyecto de su creación. En ese tiempo en que vivieron María y Jesús inicia la Hora de la victoria de nuestro Dios.

¿Quiénes son los que debemos descubrir en el Apocalipsis? La mujer que aparece también va a dar a luz, y de hecho lo hace; ella representa a la Iglesia, y el dragón representa la presencia del mal, lo cual se identifica con todas las enseñanzas de Jesús, especialmente cuando habla de la parábola del “Trigo y la cizaña”, que crecen juntos porque no se puede identificar qué ramitas son cizaña y qué ramitas son trigo, hasta que crecen se pueden distinguir y  separar. La lucha entre el bien y el mal, el afrontar el mal, que siempre estará presente en la humanidad, será vencido –eso es lo que significan las palabras finales del Apocalipsis–; ha llegado la hora. Jesús lo anunció así: “Ya llegó el Reino de Dios” (Mt. 12:28).

A nosotros, muchas veces, cuando el mal se presenta tan poderoso, tan devorador de la vida humana, quizás nos venga la pregunta: ¿hasta cuándo? El proyecto de Dios es rescatar a toda la humanidad, pero quiere advertir que siempre, en esta vida terrestre, estará la lucha entre el bien y el mal, y que el triunfo final está reservado para la victoria del bien, como lo fue en su momento en Jesucristo resucitado y en María asunta al cielo.



Esa debe ser nuestra confianza, esa debe ser nuestra esperanza. Por más que el mal se extienda en alguna época, en algún tiempo, como lo hemos visto en nuestra patria en estos últimos años, no vencerá. Y mientras haya quienes creamos, como Iglesia, que el Reino de Dios, de la justicia y la verdad, es el que triunfará, ese resto siempre presente a lo largo de los siglos, mientras dure esta creación, será el testimonio que anuncia las palabras finales del primer texto de hoy: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías” (Ap. 11:19-12:10).

Por más que parezca perdida la batalla para que el bien prevalezca en nuestros tiempos, recordemos que la figura de esta mujer, que está a punto de dar a luz, que huye al desierto y recibe la protección divina, ahora es la Iglesia.

Por eso nuestra confianza debe estar puesta en María asunta a los cielos. Porque ella es la primicia, la primera criatura que entra al reino eterno, a compartir la vida divina, a hacer una comunión de vida con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a lo que estamos llamados todos nosotros, hijos de esta mujer que con dolores de parto quiere seguir generando vida para la vida eterna.

Pidámosle a María, en esta ocasión, que nos dé la fortaleza y la sabiduría para entender que debemos luchar siempre con esperanza. Nuestra respuesta, mientras más solidaria y en comunión, más eficaz se presentará en estos tiempos. Pidámosle en esta Eucaristía por todas esas situaciones que seguramente muchos han vivido: atropellos, vejaciones, violencia. No perdamos la esperanza; pidámosle a María que nos acompañe, nos cuide, nos fortalezca y haga que seamos testimonio, de que ha sonado la hora de la victoria del Reino de Dios en medio de nosotros. ¡Que así sea!

 

+ Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México





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