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Los estafadores de la fe

P. Sergio G. Román Los sentimientos más nobles Nos han educado bien. Nuestros padres supieron infundir en nuestros corazones sentimientos nobles que nos llevan a actuar cuando vemos la necesidad. No necesitamos que haya una catástrofe para que estos sentimientos florezcan, están allí siempre dispuestos a guiar nuestra vida y nuestras acciones. El dolor y […]

P. Sergio G. Román

Los sentimientos más nobles

Nos han educado bien. Nuestros padres supieron infundir en nuestros corazones sentimientos nobles que nos llevan a actuar cuando vemos la necesidad. No necesitamos que haya una catástrofe para que estos sentimientos florezcan, están allí siempre dispuestos a guiar nuestra vida y nuestras acciones.

El dolor y la miseria humana nos mueven a actuar. ¿Quién no se conmueve ante las lágrimas de un niño? Nos conmueve, también, la maternidad, la juventud, la ancianidad ¡y está bien! Es la alarma de la vida que busca soluciones a las desventuras del prójimo.

Dios también nos conmueve. Cuando se nos presenta la oportunidad de ayudar a Dios, lo hacemos con prontitud y generosidad. Le echamos una manita a Dios para construir un templo, para apoyar económicamente a la Iglesia, para sostener un seminario, para colaborar con los misioneros. Nuestra parroquia se sostiene con la ayuda económica que nosotros damos responsablemente. Sentimos bien al ayudar a Dios.

La necesidad de compartir

Dicen que en uno de esos países ricos con cero desempleo, el gobierno mismo contrata limosneros que mendiguen por las calles y las plazas de sus brillantes ciudades para que los ciudadanos no olviden que deben ayudar al prójimo y para que sientan la satisfacción de dar. ¿Será cierto?

Lo que sí es cierto es que siempre habrá pobres entre nosotros y que cada uno de ellos es una invitación a que compartamos lo poquito que tenemos para aliviar su miseria o su dolor.

A las niñas de primera comunión se les ponía una bolsita en su vestido que se llamaba “limosnera” porque para los católicos el recibir la Comunión nos debe llevar necesariamente a comulgar con el prójimo, y en especial con los más pobres. Cuando la niña salía del templo, después de haber recibido a Jesús en la Eucaristía, abría su bolsita y repartía sus moneditas entre esos pobres que nunca faltan a la entrada de nuestras iglesias. ¡Qué bonita costumbre!, ojalá que volvamos a darle ese sentido.

Tenemos necesidad de dar y siempre habrá entre nosotros personas más necesitadas que nosotros mismos.

Limosneros por oficio

Es cierto que hay desempleo. Es cierto que hay enfermos que no pueden trabajar. Es cierto que hay peregrinos asaltados que necesitan una ayuda urgente. Es cierto que hay niños desamparados…, pero también es cierto que hay quienes han hecho de la mendicidad un modo de vivir, explotando los buenos sentimientos de nuestro corazón.

¿Cómo conocerlos? ¡Imposible saberlo!

La estafa de la fe

Los limosneros por oficio son psicólogos naturales que saben cómo despertar la compasión de sus víctimas. Nada raro que algunos recurran a nuestros sentimientos religiosos. Hay quienes piden  porque han prometido mandar celebrar una misa de limosna. Otros ofrecen estampitas ý reliquias de san Judas Tadeo a quienes les den una limosna. En la basílica de Guadalupe hay un grupo de estafadores que, sin pedir permiso, prenden a los peregrinos distintivos o listones y después los obligan, literalmente, a pagar grandes cantidades de dinero que, según ellos, darán como ayuda al santuario. ¡Son estafadores!

En las parroquias recibimos con frecuencia la visita de personas que nos exigen, a los sacerdotes y a los fieles, una ayuda económica cuantiosa con el pretexto de una grave necesidad que no puede esperar. La misma historia se va a contar a otra y a otra parroquia. De eso viven.

¡Son estafadores de la fe!

Tenemos obligación de ayudar

Los limosneros por oficio nos han hecho perder la confianza en la veracidad humana. Lo triste de esto es que nos hemos hecho indiferentes al dolor humano bajo la sospecha de que son estafadores y corremos el peligro de no ayudar a quienes verdaderamente lo necesitan.

Tenemos obligación de ayudar, de ser caritativos y compasivos. ¿Cómo evitaremos que nos engañen?

Mi padre tenía la costumbre de ayudar a todo el que le pedía. “Yo cumplo con dar” nos decía, “allá ellos con Dios si me engañan”

Esa es una buena filosofía, pero tenemos que ser responsables con lo que damos para no fomentar vicios ni fraudes.

Es fácil decir que canalicemos nuestra ayuda por las instituciones de ayuda a los necesitados, pero muchas veces estas instituciones se profesionalizan y atienden a los pobres con frialdad, de una forma impersonal.

Ayudemos, por lo pronto a aquellos que conocemos y que sabemos que necesitan. Hagámoslo con discreción y sin ofender su dignidad.

No siempre lo que se nos pide es dinero, también podemos dar nuestro acompañamiento y apoyo en los momentos de verdadera necesidad.

Para un cristiano el dar es un mandamiento de amor a Cristo, presente en cada uno de nuestros hermanos.