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Homilía pronunciada por el Card. Carlos Aguiar Retes en la Catedral de México

Homilía del Domingo de Ramos o Domingo de la Pasión del Señor 25 de marzo de 2018   “Cristo Jesús, siendo Dios, se anonadó a sí mismo, y por obediencia, aceptó incluso la muerte, y una muerte de Cruz”. (Flp 2, 5-11)     La liturgia de hoy, Domingo de Ramos, es el gozne, es […]

Homilía del Domingo de Ramos o Domingo de la Pasión del Señor

25 de marzo de 2018

 

“Cristo Jesús, siendo Dios, se anonadó a sí mismo, y por obediencia, aceptó incluso la muerte, y una muerte de Cruz”. (Flp 2, 5-11)

 

 

La liturgia de hoy, Domingo de Ramos, es el gozne, es la bisagra del término de la Cuaresma y del inicio de la Semana Mayor hacia el Misterio Pascual, la celebración de lo que es fundamento de nuestra fe; de ahí el recorrido que nos ha propuesto la Iglesia durante estos cuarenta días que iniciamos el Miércoles de Ceniza.

Hoy hemos escuchado el relato de la Pasión, según el Evangelio de San Marcos. Les propongo que en estos días santos relean en su casa, o mejor aún, en compañía de alguien más –puede ser un pequeño grupo–, este relato de la Pasión. Hoy les doy dos claves para hacerlo, tomadas de las dos primeras lecturas que hemos escuchado inicialmente:

En la Segunda Lectura, del apóstol san Pablo a los Filipenses, nos recuerda el Misterio de la Encarnación y la razón de esa decisión de Dios: “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina” (Flp 2,6). Siendo Dios, el Hijo se hace hombre, toma la condición de siervo, pero no lo hace simplemente como una aventura para conocer cómo anda el mundo o experimentar lo que vivimos todos los seres humanos. Lo dice claramente el texto: “Se humilló a sí mismo dejó todas sus prerrogativas divinas, y aceptó incluso la muerte, y una muerte de Cruz” (Flp 2,6-7).

¿Por qué lo hace? porque la finalidad de haberse encarnado es para redimirnos y para que, en la vida que llevó Jesús, tengamos siempre la luz que oriente nuestras distintas circunstancias por las que atravesamos. No hay ninguna situación humana, drama o tragedia que no encuentre, en la vida de Jesús –y especialmente en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús–, una luz para superarlas, y también para alentar los logros y éxitos, y descubrir la mano de Dios, la presencia del Espíritu, que nos acompaña.

Por tanto, esta primera clave es: relacionar siempre el Misterio de la Encarnación con el Misterio de la Redención. Jesús vino y se encarnó porque quiere conducirnos a nuestro origen, quiere conducirnos con Dios nuestro Padre.

La segunda clave la tomo de la primera lectura que hemos escuchado del Profeta Isaías. Nos dice el Profeta: “El Señor me ha dado una lengua experta para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento”(Is 50,4).

Está indicando hacia dónde nos quiere llevar el Señor si meditamos y asumimos el ejemplo de Jesús en nuestra vida. Nos dice: “mañana tras mañana, el Señor despierta para que escuche yo como discípulo”(Is 50,4). Nos pide ser sus discípulos, y el discípulo es aquel que sigue a su Maestro, que lo escucha pero no simplemente para satisfacer sus dudas, sus incertidumbres por las que atraviesa, sino para dar palabras de aliento a los demás, para acompañarnos unos a otros, porque en ese acompañamiento es donde descubriremos las respuestas a nuestras propias situaciones.

Por eso, uno de los grandes riesgos que vivimos en nuestro tiempo es el individualismo; pensar que uno es tan libre que puede hacerse totalmente independiente de lo que piensen los demás, de lo que actúen los demás. Somos un cuerpo, somos un pueblo, y lo que yo decida hacer, tiene consecuencias con quienes convivo; y viceversa: lo que yo haga, y lo haga en el camino de Jesús, será una grande influencia para revivir, rescatar al abatido, al desconsolado, al deprimido, al que pasa un drama, al que tiene una tragedia. Dios se vale de nosotros mismos para hacerse presente no sólo en nuestra persona, sino en los demás con quienes convivimos.

En esta semana en la que se reducen las actividades, démonos un espacio para leer y meditar esta lectura del relato de la Pasión, y estoy seguro que quienes lo hagan, celebrarán el Misterio Pascual, de Jueves Santo a Domingo de Resurrección, con una luz interior. No solamente encontrarán respuesta a sus inquietudes, sino una paz interior y la alegría de ser discípulos de Jesús.

 

Que así sea.

 

 

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México