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Marilú Esponda Durante la época en la que no había Seminario Mayor en Tepic, todos los estudiantes iban al Seminario de Montezuma, al Norte de Nuevo México. Dicho Seminario fue construido por el Episcopado Norteamericano durante la persecución religiosa en nuestro país; en aquel tiempo compraron un hotel de veraneo y lo pusieron al servicio […]

Marilú Esponda

Durante la época en la que no había Seminario Mayor en Tepic, todos los estudiantes iban al Seminario de Montezuma, al Norte de Nuevo México. Dicho Seminario fue construido por el Episcopado Norteamericano durante la persecución religiosa en nuestro país; en aquel tiempo compraron un hotel de veraneo y lo pusieron al servicio de los Obispos de México. Dicha iniciativa, que tuvo hasta 500 alumnos, salvó al sacerdocio mexicano, cuando la persecución y las leyes hacían casi imposible brindar formación religiosa en la nación. El Papa quiso que los jesuitas se hicieran cargo de él. Y desde entonces permanecería en funciones hasta el año 1972, en que se consideró innecesario mantenerlo abierto.

–Después del Seminario de Tepic, el Seminario de Montezuma es un castillo –dijo al llegar ahí el seminarista Mario Espinosa Contreras, hoy Obispo de Mazatlán.

Corría el año de 1969 cuando Carlos llegó a este Seminario. El total de alumnos era de 363, de los cuales, 45 eran provenientes de Tepic.

Durante esa temporada invernal, los pinos dieron piñones, que eran muy bien valorados, pues no se consiguen sino cada cuatro años. En sus ratos libres, los alumnos aprovechaban para ir a recoger kilos y venderlos. Gracias a estos ingresos, triplicaron en unas cuantas tardes su cuota de dos dólares mensuales. Les alcanzaba para comprar refrescos para muchos del Seminario, pues una Coca-Cola costaba en ese entonces 15 centavos de dólar.

Carlos siempre fue muy cuidadoso con sus estudios, que hacía con disciplina y constancia; aunque se tomaba tiempo para platicar y convivir. Cuando se propuso estudiar inglés, no dejó nunca su lección diaria.

“Mi gusto por aprender idiomas lo saqué de Carlos –reconoce Analú, su hermana pequeña– porque en 1974, cuando se fue a Roma, aprendió italiano, pero en esa fecha ya hablaba inglés y francés. Aprendió francés con un libro que se llama Assimil El Francés sin esfuerzo, era una lección por día los 365 días del año. A cada lección le ponía la fecha en que la había realizado: 22 de octubre, la siguiente 23… y así. Ni un día dejó de hacer su lección. Así consta en el libro. Aunque yo le eché ganas, nunca fui tan disciplinada. Él desde muy pequeño tuvo una disciplina, un método, y desde entonces nadie lo ha parado”.

Al tiempo que estudiaba, Carlos hacía deportes: futbol, basquetbol, natación, esquí. Cerca de Montezuma, a escasos dos kilómetros, estaba una represa del Río Gallinas, que se congelaba de noviembre a febrero, convirtiéndose en una pista de patinaje. Los días de vacaciones de invierno, que eran los jueves y los domingos por la tarde, iban a esquiar y patinar sobre hielo. Carlos aprendió a hacerlo muy rápido y muy bien.

El prefecto de disciplina, el padre jesuita Luis María Narro Rodríguez, comentó durante una de las frecuentes conversaciones que solía tener con el entonces secretario Mario Espinosa, que él consideraba que el más maduro de los seminaristas era Carlos Aguiar.

En México, mientras tanto, durante esa época hubo un cambio muy importante en la Diócesis de Tepic. El entonces señor Obispo, Don Anastasio Hurtado, llevaba ya 36 años en funciones, y estaba muy enfermo. Cuando terminó el Concilio Vaticano II, al leerlo, dijo con una gran sinceridad:

–Yo no puedo implementar esto –y renunció.

Así, llegó Don Adolfo Suárez Rivera, gran maestro y padre espiritual de Carlos, a dirigir la Diócesis de Tepic.

Su consagración como Obispo de Tepic, el 15 de agosto de 1971, fue un gran acontecimiento. Los celebrantes de la Ceremonia fueron el Cardenal José Salazar López, entonces Arzobispo de Guadalajara; Don Carlo Martini, quien fungía como Delegado apostólico en México, y Don Samuel Ruiz García, otrora Obispo de San Cristóbal de las Casas, de donde provenía el recién nombrado Obispo de Tepic, quien, a su vez, nombró Rector del Seminario al Padre Ricardo García Lepe.

Desde 1935 ningún sacerdote de la Diócesis de Tepic había ido a estudiar a Roma, pues Don Anastasio Hurtado decía que quienes iban se volvían soberbios, por eso no mandó a nadie. Hasta que, ya como Obispo de Tepic, Suárez Rivera visitó a los seminaristas de su Diócesis que se encontraban en el Seminario de Montezuma, y preguntó a Carlos y a Manuel Olimón –que entonces estudiaban el segundo de Teología–, si después de concluir querían hacer un estudio superior.

“Yo le dije que querría Historia –refiere el Padre Manuel Olimón– y Carlos dijo que Sagradas Escrituras. Pero los dos, sin ponernos de acuerdo, le comentamos que si prefería que estudiáramos Filosofía para abrir el Seminario Mayor en Tepic, estábamos de acuerdo”.

Tomado del libro: Una Iglesia para soñar

 


“Mi gusto por aprender idiomas lo saqué de Carlos porque en 1974, cuando se fue a Roma, aprendió italiano, pero en esa fecha ya hablaba inglés y francés”.
Analú, hermana del Card. Aguiar