“Dejad que los niños se acerquen a mí: los 12 mil niños”
Poner a los niños en el centro calma la prepotencia de nuestra fuerza bruta, de nuestra falsa autosuficiencia, de esa ilusión de ser “más capaces” por ser adultos
Quisiera comenzar recordando la parábola del rico y del pobre Lázaro, en la que san Gregorio Magno observa un detalle revelador: Dios conoce el nombre del pobre, pero no el del rico, a quien la tradición más tarde llamaría simplemente epulón, el glotón. Estar cerca de los pobres nos ha enseñado algo fundamental: cada uno de ellos es una persona, un rostro, una vida, una historia.
Cada uno es un hijo amado de Dios. Y muchas veces, no hemos sabido reconocer en ellos el rostro
mismo de Jesús.
«Hind, de 4 años; Kfir, de pocos meses; Jumaa, de 7 años; Nur, de 1 año; Ibrahim, de 12 años; Jamal, de 6 años; Mohammed, de 2 años…». Así comenzó el cardenal Matteo Zuppi la lectura —que se prolongó por más de una hora— de los nombres de más de 12 mil niños israelíes y palestinos asesinados en Gaza y Tierra Santa, hasta el 15 de julio, en un conflicto que lleva ya más de dos años. Como en todas las guerras, lo que permanece es la muerte, el dolor, la pérdida irreparable.
«Cada nombre de un niño asesinado es una súplica a Dios, pero también a la humanidad, para que nos dejemos tocar por la injusticia», dijo el arzobispo de Bolonia en Monte Sole, lugar donde en 1944 más de 700 civiles fueron masacrados por el ejército nazi.
Al igual que como aquellos discípulos que no entendían del todo, hoy seguimos rechazando a los
niños. En medio de las imágenes y noticias de la guerra, las enseñanzas de Jesús continúan siendo
contrarias a la lógica del mundo adulto, como lo fueron para aquellos que estuvieron más cerca de
Él, su mirada fue revolucionaria, por que invitaba a cambiar la visión de como observamos el mundo, de cómo miramos en este caso a los pequeños.
Hoy tenemos más información, más estudios sobre el desarrollo humano, y más leyes que protegen los derechos de la infancia. Pioneras modernas como María Montessori nos han regalado una nueva mirada para reconstruir la humanidad desde los niños. Sin embargo, los hechos atroces siguen ocurriendo. ¡Doce mil niños asesinados mientras jugaban, dormían o simplemente veían televisión! Niños que deberían haber sido protegidos por el mundo adulto, ¡no destruidos por él!
Recientemente, en México, fue noticia el caso de Fernandito, un niño de cinco años cuya vida fue arrebatada de manera brutal. Más allá de las especulaciones, hay una verdad que grita en cada
una de estas tragedias: el mundo adulto continúa fallando a los niños.
En el evangelio (Mc 9,33-37) Jesus sitúa a los niños como a los últimos, pero también como a los
más grandes e incluso como un modelo de entrada al reino de Dios. Poner a los niños en el centro
calma la prepotencia de nuestra fuerza bruta, de nuestra falsa autosuficiencia, de esa ilusión de ser “más capaces” por ser adultos. Pero, ¿cómo hacer que el mundo adulto se detenga? ¿Cómo cambiar nuestra relación con los niños?
La violencia parece imponerse en todas partes. Sin embargo, lo que sigue faltando —y lo vemos a
diario donde trabajamos con tantos niños alrededor del mundo— es una verdad esencial: comprender que los niños son personas. Y, a diferencia de los adultos, los niños pueden serlo todo.
Pero el mundo adulto insiste en cortarles las alas. Un mundo empobrecido de imaginación, de ternura, de compasión. Un mundo que teme la duda, que frena la curiosidad, que margina la creatividad. Volver a leer los Evangelios no solo nos consuela, también nos impulsa a seguir luchando, a no dejar solos a los niños —sobre todo a los que viven en contextos de violencia—, y a acompañarlos para que vivan con alegría y libertad su infancia, los niños son los primeros promotores por la paz.
En ese mismo acto, nuestro corazón adulto también es transformado. Y tal vez, solo tal vez, lleguemos a comprender el llamado profundo de Jesús: «Dejad que los niños se acerquen a mí».
Si deseas conocer cómo puedes ayudar en esta gran tarea, escríbeme y te cuento sobre que son las Escuelas de la Paz de la Comunidad de Sant´Egidio.