Page 31 - Impreso
P. 31

 domingo 6 de febrero de 2022
L’OSSERVATORE ROMANO
página 3
 do. No es sólo Herodes el que se siente amenazado por la novedad de una rea- leza distinta de la corrompida por el poder mundano, es toda Jerusalén la que se turba por el anuncio de los Ma- gos.
Incluso en nuestro camino hacia la uni- dad podemos estancarnos por la mis- ma razón que paralizó a aquella gente: la conmoción, el miedo. Es el temor a la novedad, que sacude los hábitos y las seguridades adquiridas; es el miedo a que el otro desestabilice mis tradiciones y mis esquemas consolidados; pero, en el fondo, es el miedo que vive en el co- razón del hombre y del que el Señor Resucitado quiere liberarnos. Dejemos, pues, resonar en nuestro camino de comunión
ma casa, en adoración. De este modo los Magos anticipan a los discípulos de Jesús, que aun diversos pero unidos, al final del Evangelio se postran delante del Resucitado en el monte de Galilea (cf. Mt 28,17); se convierten en un signo de profecía para nosotros, que anhela- mos al Señor, que somos compañeros de viaje por los caminos del mundo y buscadores de los signos de Dios en la historia a través de la Sagrada Escritu- ra. Hermanos y hermanas, también pa- ra nosotros la unidad plena, ese estar en la misma casa, sólo puede realizarse si adoramos al Señor. Queridas hermanas y queridos hermanos, la etapa decisiva
en efecto, dones que el Espíritu Santo destina para el bien común, para la edi- ficación y la unidad de su pueblo. Y es- to lo constatamos cuando rezamos, pe- ro también cuando servimos: cuando damos a quien tiene necesidad, se lo es- tamos dando a Jesús, que se identifica con los pobres y los marginados (cf. Mt 25,33-40); y es Él quien nos une a los unos con los otros.
Los dones de los Magos simbolizan lo que el Señor quiere recibir de nosotros. A Dios hay ofrecerle el oro, el elemento más valioso, porque Dios está al centro. Es a Él a quien debemos mirar, no a no- sotros; a su voluntad, no a la nuestra; a
su exhortación pascual: «¡No teman!» (Mt 28,5.10). No te-
mamos anteponer al hermano
a nuestros miedos, porque el
Señor quiere que confiemos los
unos en los otros y que camine-
mos juntos, a pesar de nuestras debilidades y nuestros peca-
dos, a pesar de los errores del pasado y las heridas recíprocas.
En Jerusalén, lugar de decepción y de oposición, justo donde la vía indicada por el Cielo parece estrellarse contra los muros levantados por los hombres, es donde los Magos descubren el cami- no hacia Belén; y son los sacerdotes y los escribas quienes, escrutando las Es- crituras (cf. Mt 2,4), dan la indicación. Los Magos encuentran a Jesús no solo gracias a la estrella, que entretanto ha- bía desaparecido; sino también a la Pa- labra de Dios. Tampoco nosotros, los cristianos, podemos llegar al Señor sin su Palabra viva y eficaz (cf. Hb 4,12), que fue dada a todo el Pueblo de Dios para ser recibida, para orar con ella, pa- ra ser meditada junto con todo el Pue- blo de Dios. Acerquémonos, pues, a Je- sús por medio de su Palabra, pero acer- quémonos también a nuestros herma- nos por medio de la Palabra de Jesús. Así su estrella surgirá de nuevo en nues- tro camino y nos dará alegría.
3. Esto es lo que les sucedió a los Magos cuando llegaron a su última etapa: Be- lén. Allí entran en la casa, se postran y adoran al Niño (cf. Mt 2,11). Así es co- mo termina su viaje: juntos, en la mis-
del camino hacia la plena comunión re- quiere una oración más intensa, requie- re que adoremos, requiere la adoración de Dios.
Los Magos nos recuerdan entonces que para adorar hay un paso que dar: es ne- cesario postrarse. Este es el camino, abajarnos, dejar de lado nuestras pre- tensiones y poner al Señor en centro. Cuántas veces el orgullo ha sido el ver- dadero obstáculo para la comunión. Los Magos tuvieron el valor de dejar en casa prestigio y reputación, para aba- jarse en la pobre casita de Belén; fue así como se llenaron de una «inmensa ale- gría» (Mt 2,10). Abajarse, dejar, simpli- ficar. Pidamos a Dios en esta tarde que nos conceda esta valentía, la valentía de la humildad, único camino para llegar a adorar a Dios en la misma casa y en torno al mismo altar. En Belén, des- pués de postrarse en adoración, los Magos abren sus cofres y ofrecen oro, incienso y mirra (cf. v. 11). Esto nos re- cuerda que sólo después de haber ora- do juntos, que sólo ante Dios y bajo su luz, nos damos realmente cuenta de los tesoros que cada uno posee. Pero son tesoros que pertenecen a todos, que de- ben ser ofrecidos y compartidos. Son,
Acerquémonos, pues, a Jesús por medio de su Palabra, pero acerquémonos también a nuestros hermanos por medio de la Palabra de Jesús. Así su estrella surgirá de nuevo en nuestro camino y nos dará alegría
sus caminos, no a los nues- tros. Y si el Señor está real- mente en el primer lugar, entonces nuestras opcio- nes, incluso las eclesiásti- cas, ya no pueden basarse en las políticas del mundo, sino en los deseos de Dios. Después está el incienso, que nos recuerda la impor- tancia de la oración, que su-
be a Dios como perfume agradable (cf. Sal 141, 2). No nos cansemos, pues, de rezar los unos por los otros y los unos con los otros. Y, por último, la mirra, que se usará para honrar el cuerpo de Jesús depuesto de la cruz (cf. Jn 19,39), nos recuerda la necesidad de cuidar la carne sufriente del Señor, desgarrada en los miembros de los pobres. Sirva- mos a los necesitados, sirvamos juntos a Jesús sufriente.
Queridos hermanos y hermanas, siga- mos las indicaciones de los Magos para nuestro camino; y actuemos como ellos, que para regresar a casa “tomaron otro camino” (Mt 2,12). Sí, como Saulo antes de encontrarse con Cristo, tam- bién nosotros necesitamos cambiar de ruta, invertir el rumbo de nuestros há- bitos y de nuestros intereses para en- contrar la senda que el Señor nos mues- tra, el camino de la humildad, el cami- no de la fraternidad, de la adoración. Te pedimos Señor que nos concedas el valor de cambiar camino, de convertir- nos, de seguir tu voluntad y no nuestras conveniencias; de ir hacia adelante jun- tos, hacia Ti, que con tu Espíritu quie- res que todos seamos una sola cosa. Amén.
  











































































   29   30   31   32   33