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 domingo 4 de julio de 2021
L’OSSERVATORE ROMANO
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 de joven o de mayor, si sigues siendo inde- pendiente o necesitas ayuda, porque no hay edad en la que puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio, de la tarea de transmitir las tradiciones a los nietos. Es necesario ponerse en marcha y, sobre todo, salir de uno mismo para emprender algo nuevo.
Hay, por tanto, una vocación renovada también para ti en un momento crucial de la historia. Te preguntarás: pero, ¿cómo es posible? Mis energías se están agotando y no creo que pueda hacer mucho más. ¿Có- mo puedo empezar a comportarme de for- ma diferente cuando la costumbre se ha convertido en la norma de mi existencia? ¿Cómo puedo dedicarme a los más pobres cuando tengo ya muchas preocupaciones por mi familia? ¿Cómo puedo ampliar la mirada si ni siquiera se me permite salir de la residencia donde vivo? ¿No ya es mi so- ledad una carga demasiado pesada? Cuán- tos de ustedes se hacen esta pregunta: mi soledad, ¿no es una piedra demasiado pe- sada? El mismo Jesús escuchó una pregun- ta de este tipo a Nicodemo, que le pregun- tó: «¿Cómo puede un hombre volver a na- cer cuando ya es viejo?» (Jn 3, 4). Esto puede ocurrir, responde el Señor, abriendo el propio corazón a la obra del Espíritu Santo, que sopla donde quiere. El Espíritu Santo, con esa libertad que tiene, va a to- das partes y hace lo que quiere.
Como he repetido en varias ocasiones, de la crisis en la que se encuentra el mundo no saldremos iguales, saldremos mejores o peores. Y «ojalá no se trate de otro episo- dio severo de la historia del que no haya- mos sido capaces de aprender —¡nosotros somos duros de mollera!— Ojalá no nos ol- videmos de los ancianos que murieron por falta de respiradores [...]. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto ha- cia una forma nueva de vida y descubra- mos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca» (Carta enc. Fratelli tutti, 35). Nadie se salva solo. Esta- mos en deuda unos con otros. Todos her- manos.
En esta perspectiva, quiero decirte que eres necesario para construir, en fraterni- dad y amistad social, el mundo de maña- na: el mundo en el que viviremos —noso- tros, y nuestros hijos y nietos— cuando la tormenta se haya calmado. Todos «somos parte activa en la rehabilitación y el auxilio
de las sociedades heridas» (ibíd., 77). En- tre los diversos pilares que deberán soste- ner esta nueva construcción hay tres que tú, mejor que otros, puedes ayudar a colo- car. Tres pilares: los sueños, la memoria y la oración. La cercanía del Señor dará la fuerza para emprender un nuevo camino incluso a los más frágiles de entre noso- tros, por los caminos de los sueños, de la memoria y de la oración.
El profeta Joel pronunció en una ocasión esta promesa: «Sus ancianos tendrán sue- ños, y sus jóvenes, visiones» (3,1). El futu- ro del mundo reside en esta alianza entre los jóvenes y los mayores. ¿Quiénes, si no los jóvenes, pueden tomar los sueños de los mayores y llevarlos adelante? Pero para ello es necesario seguir soñando: en nues- tros sueños de justicia, de paz y de solida- ridad está la posibilidad de que nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, y juntos podamos construir el futuro. Es necesario que tú también des testimonio de que es posible salir renovado de una experiencia difícil. Y estoy seguro de que no será la única, porque habrás tenido muchas en tu vida, y has conseguido salir de ellas. Aprende también de aquella experiencia para salir ahora de esta. Los sueños, por eso, están entrelazados con la memoria. Pienso en lo importante que es el doloroso recuerdo de la guerra y en lo mucho que las nuevas generaciones pueden aprender de él sobre el valor de la paz. Y eres tú quien lo transmite, al haber vivido el dolor de las guerras. Recordar es una verdadera misión para toda persona mayor: la me- moria, y llevar la memoria a los demás. Edith Bruck, que sobrevivió a la tragedia de la Shoah, dijo que «incluso iluminar una sola conciencia vale el esfuerzo y el dolor de mantener vivo el recuerdo de lo que ha sido —y continúa—. Para mí, la me- moria es vivir» 3. También pienso en mis abuelos y en los que entre ustedes tuvieron que emigrar y saben lo duro que es dejar el hogar, como hacen todavía hoy tantos en busca de un futuro. Algunos de ellos, tal vez, los tenemos a nuestro lado y nos cui- dan. Esta memoria puede ayudar a cons- truir un mundo más humano, más acoge- dor. Pero sin la memoria no se puede cons- truir; sin cimientos nunca construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria.
Por último, la oración. Como dijo una vez mi predecesor, el Papa Benedicto, santo
anciano que continúa rezando y trabajan- do por la Iglesia: «La oración de los ancia- nos puede proteger al mundo, ayudándole tal vez de manera más incisiva que la soli- citud de muchos». 4 Esto lo dijo casi al fi- nal de su pontificado en 2012. Es hermoso. Tu oración es un recurso muy valioso: es un pulmón del que la Iglesia y el mundo no pueden privarse (cf. Exhort. apost. Evangelii gaudium, 262). Sobre todo en este momento difícil para la humanidad, mien- tras atravesamos, todos en la misma barca, el mar tormentoso de la pandemia, tu in- tercesión por el mundo y por la Iglesia no es en vano, sino que indica a todos la sere- na confianza de un lugar de llegada. Querida abuela, querido abuelo, al con- cluir este mensaje quisiera señalarte tam- bién el ejemplo del beato —y próximamen- te santo— Carlos de Foucauld. Vivió como ermitaño en Argelia y en ese contexto pe- riférico dio testimonio de «sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano» (Carta enc. Fratelli tutti, 287). Su historia muestra cómo es posible, incluso en la soledad del propio desierto, interce- der por los pobres del mundo entero y convertirse verdaderamente en un herma- no y una hermana universal.
Pido al Señor que, gracias también a su ejemplo, cada uno de nosotros ensanche su corazón y lo haga sensible a los sufri- mientos de los más pequeños, y capaz de interceder por ellos. Que cada uno de no- sotros aprenda a repetir a todos, y espe- cialmente a los más jóvenes, esas palabras de consuelo que hoy hemos oído dirigidas a nosotros: «Yo estoy contigo todos los días». Adelante y ánimo. Que el Señor los bendiga.
Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo, fiesta de la Visitación de la B.V. María
FRANCISCO
Notas
1 El episodio se narra en el Protoevan- gelio de Santiago.
2 Se trata de la imagen elegida como logotipo de la Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores
3 Cf. La memoria è vita, la scrittura è respiro: L’Osservatore Romano (26 enero 2021).
4 Cf. Visita a la Casa-Familia “Viva los ancianos” (2 noviembre 2012).
















































































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