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 página 4 L’OSSERVATORE ROMANO domingo 4 de julio se 2021 Mensaje para la primera Jornada Mundal de los Abuelos y de los Mayores «Yo estoy contigo todos los días»
  El domingo 25 de julio se celebrará la primera Jor- nada Mundial de los Abuelos y de los Mayores: el Papa Francisco ha escrito un mensaje para la oca- sión y ese domingo presidirá la misa en la Basílica Vaticana. «Yo estoy contigo todos los días» (cf. Mt 28, 20) es el tema de la Jornada elegido por el Pontífice, que en el mensaje invita a los mayores a ser protagonistas concretos a través de «los sueños, la memoria y la oración». Los objetivos y las mo- dalidades de la Jornada se presentaron el martes 22 de junio en una conferencia de prensa por el car- denal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y por algunos testigos de la atención privilegiada de la Iglesia por los an- cianos. Además, la Penitenciaría Apostólica ha emi- tido un decreto por el que se concede la indulgencia plenaria a todas las personas del mundo que par- ticipen en las celebraciones de la Jornada, a los an- cianos que estén enfermos, solos o discapacitados y no puedan salir, y a quienes los visiten, incluso vir- tualmente. Publicamos, a continuación, el mensaje del Papa.
Queridos abuelos, queridas abuelas:
«Yo estoy contigo todos los días» (cf. Mt 28, 20) es la promesa que el Señor hizo a sus discípulos antes de subir al cielo y que hoy te repite también a ti, querido abuelo y querida abuela. A ti. «Yo estoy contigo todos los días» son también las palabras que como Obispo de Roma y como ancia- no igual que tú me gustaría dirigirte con motivo de esta primera Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores. Toda la Iglesia está junto a ti —digamos mejor, está junto a nosotros—, ¡se preocu- pa por ti, te quiere y no quiere dejarte so- lo!
Soy muy consciente de que este mensaje te llega en un momento difícil: la pandemia ha sido una tormenta inesperada y violen- ta, una dura prueba que ha golpeado la vi- da de todos, pero que a nosotros mayores nos ha reservado un trato especial, un tra- to más duro. Muchos de nosotros se han enfermado, y tantos se han ido o han visto apagarse la vida de sus cónyuges o de sus seres queridos. Muchos, aislados, han su- frido la soledad durante largo tiempo.
El Señor conoce cada uno de nuestros su- frimientos de este tiempo. Está al lado de
los que tienen la dolorosa experiencia de ser dejados a un lado. Nuestra soledad —agravada por la pandemia— no le es indi- ferente. Una tradición narra que también san Joaquín, el abuelo de Jesús, fue apar- tado de su comunidad porque no tenía hijos. Su vida —como la de su esposa Ana— fue considerada inútil. Pero el Señor le envió un ángel para consolarlo. Mien- tras él, entristecido, permanecía fuera de las puertas de la ciudad, se le apareció un enviado del Señor que le dijo: «¡Joaquín, Joaquín! El Señor ha escuchado tu oración insistente» 1. Giotto, en uno de sus famo- sos frescos 2, parece ambientar la escena en la noche, en una de esas muchas noches de insomnio, llenas de recuerdos, preocupa- ciones y deseos a las que muchos de noso- tros estamos acostumbrados. Pero incluso cuando todo parece oscuro, como en estos meses de pandemia, el Señor sigue envian- do ángeles para consolar nuestra soledad y repetirnos: «Yo estoy contigo todos los días». Esto te lo dice a ti, me lo dice a mí, a todos. Este es el sentido de esta Jornada que he querido celebrar por primera vez precisamente este año, después de un lar- go aislamiento y una reanudación todavía lenta de la vida social. ¡Que cada abuelo,
cada anciano, cada abuela, cada persona mayor —sobre todo los que están más so- los— reciba la visita de un ángel!
A veces tendrán el rostro de nuestros nie- tos, otras veces el rostro de familiares, de amigos de toda la vida o de personas que hemos conocido durante este momento di- fícil. En este tiempo hemos aprendido a comprender lo importante que son los abrazos y las visitas para cada uno de no- sotros, ¡y cómo me entristece que en algu- nos lugares esto todavía no sea posible! Sin embargo, el Señor también nos envía sus mensajeros a través de la Palabra de Dios, que nunca deja que falte en nuestras vidas. Leamos una página del Evangelio cada día, recemos con los Salmos, leamos los Profetas. Nos conmoverá la fidelidad del Señor. La Escritura también nos ayu- dará a comprender lo que el Señor nos pi- de hoy para nuestra vida. Porque envía obreros a su viña a todas las horas del día (cf. Mt 20, 1-16), y en cada etapa de la vida. Yo mismo puedo testimoniar que recibí la llamada a ser Obispo de Roma cuando ha- bía llegado, por así decirlo, a la edad de la jubilación, y ya me imaginaba que no po- dría hacer mucho más. El Señor está siem- pre cerca de nosotros —siempre— con nue- vas invitaciones, con nuevas palabras, con su consuelo, pero siempre está cerca de no- sotros. Ustedes saben que el Señor es eter- no y que nunca se jubila. Nunca.
En el Evangelio de Mateo, Jesús dice a los Apóstoles: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándo- los en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (28, 19- 20). Estas palabras se dirigen también hoy a nosotros y nos ayudan a comprender me- jor que nuestra vocación es la de custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar a los pequeños. Escuchen bien: ¿cuál es nuestra vocación hoy, a nuestra edad? Custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar de los pequeños. No lo olviden.
No importa la edad que tengas, si sigues trabajando o no, si estás solo o tienes una familia, si te convertiste en abuela o abuelo
























































































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