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L’OSSERVATORE ROMANO domingo 4 de julio se 2021
 Ni “medio sacerdotes” ni “monaguillos de lujo”
A 20 años de la Federación de los colegios de los jesuitas en América Latina
«“Colegios posadas”, es decir, donde puedan recomponer heridas pro- pias y ajenas; colegios de puertas abiertas reales y no sólo de discurso, donde los pobres puedan entrar y donde se pueda salir al encuentro de los pobres». Es lo que desea el Papa Francisco en un videomensaje con ocasión de la XX de fundación de la Federación Latinoamericana de Colegios de la Compañía de Jesús (Flacsi). Publicamos a continua- ción el texto publicado el jueves 20 de junio.
Queridos hermanos y hermanas de la comunidad educa- tiva de FLACSI
Una reflexión festejando los veinte años de la Federa- ción. Digo festejando porque todo paso adelante siem- pre es motivo de fiesta. Jesús es el modelo que nos enseña a relacionarnos con los demás y con la Creación. Él nos enseña a salir afuera, a encontrarse con los pequeños, con los pobres, los descartados. Siempre buscaba a esa gente Él. Que nuestros colegios formen corazones convenci- dos de la misión para la cual fueron creados, con certeza de que «la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los demás» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 10). La vida que se guarda termina siendo un ob- jeto de museo con olor a naftalina, y no ayuda eso. Deseo que los colegios sean «colegios posadas», es decir, donde puedan recomponer heridas propias y ajenas; co- legios de puertas abiertas reales y no sólo de discurso, donde los pobres puedan entrar y donde se pueda salir al encuentro de los pobres. Ellos encarnan la sabiduría evangélica, que es la óptica privilegiada desde la cual tanto podemos aprender. Colegios que no se enrosquen en un elitismo egoísta, sino que aprendan a convivir con todos, donde se viva la fraternidad, sabiendo que todo está conectado (Laudato si’, 138), y recordando que la fra- ternidad no expresa, en primer lugar, un deber moral, si- no más bien la identidad objetiva del género humano y de toda la creación (Instrumentum Laboris, Pacto Educativo Global). Esa fraternidad... Somos creados en familia, como hermanos. Deseo que vuestros colegios enseñen a discernir, a leer los signos de los tiempos, a leer la propia vida como don para agradecer y compartir. Que tengan una actitud crítica sobre los modelos de desarrollo, pro- ducción y consumo (cf. Laudato si’, 138) que empujan ver- tiginosamente hacia la inequidad vergonzosa que hace sufrir a la gran mayoría de la población mundial. Como ven, mi deseo es que los colegios de ustedes tengan con- ciencia y creen conciencia. Que sean colegios discípulos y misioneros (Aparecida). Quiero animarlos a seguir tra- bajando juntos, veinte años más y veinte años más y vein- te años más, sumados al Pacto Educativo Global, y les agradezco el servicio de promover la fe y la justicia. Sigan adelante en esta misión que les fue encomendada. Que Dios los bendiga, que la Virgen los cuide y recen por mí. Gracias.
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de los Apóstoles, ninguno de ellos pasara necesidad (cf. 4,34).
Por eso en Roma hemos intentado re- cuperar esta antigua tradición con la diaconía en la iglesia de San Estani- slao. Sé que también estáis muy pre- sentes en Cáritas y en otras realidades cercanas a los pobres. Así no perde- réis nunca la brújula: los diáconos no serán “medio sacerdotes”, o curas de segunda categoría, ni “monaguillos de lujo”; no, por ese camino no se va; serán servidores solícitos que hacen todo lo posible para que nadie quede excluido y el amor del Señor toque concretamente la vida de las perso- nas. En definitiva, se podría resumir la espiritualidad diaconal, es decir, la espiritualidad del servicio, en pocas palabras: disponibilidad dentro y apertura fuera. Disponibles dentro, desde el corazón, dispuestos a decir sí, dóciles, sin hacer girar la vida en torno a la propia agenda; y abiertos fuera, con la mirada dirigida a todos, sobre todo a los que quedan fuera, a los que se sienten excluidos. Ayer leí un pasaje de don Orione que hablaba de la acogida de los necesitados y de- cía así: “En nuestras casas —hablaba a los religiosos de su congregación—, en nuestras casas debe ser acogido cualquiera que tenga necesidad, cualquier tipo de necesidad, cual- quier cosa, incluso el que tenga una pena”. Y esto me gusta. Recibir no solamente a los necesitados, sino al que tiene una pena. Ayudar a esta gente es importante. Os lo confío. En cuanto a lo que espero de los diáco- nos de Roma, añadiré tres breves ideas más —pero no os asustéis, que ya estoy terminando—, que no van en la dirección de “cosas que hacer”, si- no de dimensiones que cultivar. En primer lugar, espero que seáis humil- des. Es triste ver a un obispo y a un sacerdote pavonearse, pero es toda- vía más triste ver a un diácono que quiere ser el centro del mundo, o el centro de la liturgia, o el centro de la
Iglesia. Humildes. Que todo el bien que hagáis sea un secreto entre voso- tros y Dios. Y así dará frutos.
En segundo lugar, espero que seáis buenos esposos y buenos padres. Y buenos abuelos. Esto dará esperanza y consuelo a las parejas que pasan por momentos de fatiga y que encon- trarán en vuestra sencillez genuina una mano tendida. Podrán pensar: “¡Mira nuestro diácono! Se alegra de estar con los pobres, pero también con el párroco e incluso con sus hijos y su mujer”. ¡También con la suegra, es muy importante! Hacer todo con alegría, sin quejaros: es un testimonio que vale más que muchos sermones. Y nada de quejas, adiós. Sin quejarse. “He tenido tanto trabajo, tanto...”. Nada. Tragáoslas. Fuera. La sonrisa, la familia, abiertos a la familia, la ge- nerosidad...
Por último, la tercera cosa, espero que seáis centinelas: no sólo que se- páis divisar a los lejanos y a los po- bres —esto no es tan difícil—, sino que ayudéis a la comunidad cristiana a di- visar a Jesús en los pobres y en los le- janos, ya que llama a nuestras puertas a través de ellos. Es una dimensión, diría también, catequética, profética, del centinela-profeta-catequista que sabe ver más allá y ayudar a los demás a ver más allá, y ver a los pobres, que están lejos. Podéis hacer vuestra la bella imagen del final de los Evange- lios, cuando Jesús desde lejos pre- gunta a sus discípulos : «¿No tenéis nada que comer?» Y el discípulo amado lo reconoce y dice: «¡Es el Se- ñor!» (Jn 21, 5.7). Cualquier necesi- dad, ver al Señor. Así, también voso- tros divisad al Señor cuando, en mu- chos de sus hermanos más pequeños, pide ser alimentado, acogido y ama- do. Sí, quisiera que éste fuera el perfil de los diáconos de Roma y de todo el mundo. Trabajad en esto. Sois gene- rosos y adelante así.
Os doy las gracias por lo que hacéis y por lo que sois y os pido, por favor, que sigáis rezando por mí.
Gracias.
 



















































































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