Misterio del mal: abusos sexuales
Empecemos por darnos cuenta de la sociedad extremadamente erotizada en que vivimos. Los deseos sexuales se estimulan desde la publicidad, desde el fácil acceso que tenemos a la pornografía
Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital
En las últimas semanas la prensa de Chihuahua ha dado amplia cobertura al caso de algunas guarderías del Sector Salud en donde ocurrieron diversos abusos sexuales, físicos y psicológicos a 16 bebés que estaban bajo su cuidado. La noticia ha despertado no sólo una ola de manifestaciones de los padres de familia que, indignados, reclaman justicia, sino también un horror en la sociedad chihuahuense.
Por otra parte, falleció el 3 de abril el ex arzobispo y ex cardenal de Washington Theodore McCarrick, quien fue acusado de mútiples abusos sexuales a sacerdotes y seminaristas durante el ejercicio de su ministerio, motivo por el cual el Papa Francisco lo había destituido del estado clerical. McCarrick murió a los 94 años en estado de demencia senil, aunque es bien sabido que, en el pasado, mostró una gran lucidez mental para engañar a los Papas sobre sus acusaciones.
Tanto el caso de los bebés abusados en las guarderías como el de las víctimas abusadas por el ex cardenal suscitan interrogantes sobre el misterio de la lucha del bien contra el mal. El oscurecimiento de la conciencia moral, tanto de las personas que tienen a su cuidado a bebés inocentes, como el de un arzobispo que ha recibido la misión de guiar, proteger y custodiar el bien espiritual de sus fieles y que, en cambio, hizo todo lo contrario, nos estremecen. El misterio de la iniquidad está presente en la sociedad. “El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”, señaló san Pablo VI.
Este Domingo de Ramos la liturgia de la Iglesia hace presente la Pasión de Cristo, misterio que se actualiza en estos hechos dolorosos. “La Pasión del Señor se prolonga hasta el fin del mundo”, escribió san León Magno. “Se prolonga en su cuerpo místico que es la Iglesia, especialmente en los pobres, en los enfermos y en los perseguidos”. También podemos añadir: en las víctimas de abuso.
Jesús agoniza hoy en infinidad de lugares y situaciones. Pero hoy resaltamos que el Señor está clavado en las víctimas del abuso. ¿Cómo quitaremos esos clavos de las manos y pies de Jesús para que baje de la cruz? Si no está en nuestras posibilidades de terminar con un flagelo que hiere profundamente a la sociedad y ensombrece a la misma Iglesia, empecemos, al menos, a quitarle los clavos a Cristo en nuestro interior.
Empecemos por darnos cuenta de la sociedad extremadamente erotizada en que vivimos. Los deseos sexuales se estimulan desde la publicidad, desde el fácil acceso que tenemos a la pornografía –que está a un click de distancia en el teléfono móvil–, hasta a través de los espectáculos table dance o salas de masaje. Cuando en los seminarios y en el clero no se enseña una teología moral de la sexualidad clara y no se fomenta la virtud de la castidad, la corrupción puede entrar fácilmente en la vida de los sacerdotes.
Nos rasgamos las vestiduras por las víctimas de abuso en las guarderías o por lo que algunos sacerdotes han cometido, pero no queremos quitar el doble vidrio doble que nos impide ver las impurezas y los vicios que hay en el propio corazón. Sólo cuando nos enteramos que un hijo pequeño ha sido la víctima, cuando una hermana nuestra es la chica que baila en el “table” o cuando un sacerdote cercano ha sido el victimario, entonces sí el problema nos llega hasta el alma.
El problema de las víctimas de abuso es un problema cristológico. Jesús se identificó con quienes sufren pobreza, y por tanto se identifica con ellas: “Esto es mi cuerpo”, dijo el Señor hablando de los pobres. Cuando habló de lo que hicimos o dejamos de hacer con el hambriento, el sediento, el preso, el enfermo, el desnudo y el forastero, “a mí me lo hicisteis” o “no me lo hicisteis”. Eso equivale a decir que tanto aquel pordiosero como la víctima de abuso, ¡era Él!
Quienes somos católicos hemos de pedir al Señor que nuestros ojos se mantengan abiertos para reconocer a Jesús, que se sigue paseando de incógnito por el mundo. A la Magdalena se le abrieron los ojos frente al sepulcro y lo reconoció resucitado. Una experiencia semejante la tuvieron dos discípulos cuando iban camino a Emaús. También nosotros hemos de reconocerlo, no sólo resucitado, sino en quienes son víctimas de nuestras iniquidades.
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