Evangelio de la Vida, 30 años después
Nunca como hoy las mujeres se niegan tanto a sí mismas, hasta negar su propia naturaleza de mujeres, su capacidad para cuidar, para proteger, aceptar y reconciliar a los hombres con la vida
Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital
Este año se cumplen 30 años de la publicación del “Evangelio de la Vida”, uno de los documentos más bellos y ricos del pontificado de san Juan Pablo II. Se trata de un documento magistral del papa Wojtyla sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana. En él se nos enseña que la vida humana tiene su origen en la Trinidad, que ha sido redimida por la Cruz de Cristo y está destinada a la visión beatífica de Dios. Por eso el aborto y la eutanasia no solamente son un mal para cada persona sino un atentado al bien común y, por lo tanto, no tienen auténtica validez jurídica (EV, 72).
La encíclica denuncia los múltiples ataques contra la vida humana, que san Juan Pablo II llamaba la “cultura de la muerte”. Denunciaba el papa a esas fuertes corrientes culturales, económicas y políticas que se habían convertido en estructuras de pecado. En aquellos años se realizaron las Conferencias Internacionales sobre Población y Desarrollo, auspiciadas por la ONU, que impulsaban los servicios de salud sexual y reproductiva –anticoncepción y aborto– con el propósito de hacer decrecer la población. Dichos servicios fueron ratificados por la Conferencia Internacional sobre la Mujer en Beijing.
A esta cultura de la muerte, propiciada por las estructuras de pecado, el papa hacía un llamado a toda la Iglesia para responder con la promoción de una cultura de la vida, y a proclamar, hasta los últimos confines de la tierra, el Evangelio de la vida. La pregunta es, ¿qué tanto ha penetrado en las conciencias esta enseñanza dirigida a los hombres de buena voluntad y a los hombres y mujeres de la Iglesia?
Parece que la causa por la vida no ha tenido la resonancia que se esperaba. El mundo está cada vez más empecinado en despenalizar el aborto y en promover la eutanasia. De hecho países como Francia han consagrado el aborto como un derecho humano fundamental dejándolo plasmado en la Constitución. Las consecuencias serán desastrosas para el futuro de las personas, las familias y el bien común de esos países.
En la Iglesia “El Evangelio de la vida” no ha tenido la difusión y la acogida que se esperaba. La encíclica ha quedado, más bien, como un tesoro que aprecian mucho los grupos pro-vida, pero que se sienten solos, sin el respaldo de muchos sacerdotes que, a los temas de moral de la vida, son indiferentes.
Numerosos jóvenes católicos han adoptado una mentalidad mundana y sólo una rara minoría ha recibido una formación de su sexualidad con la visión de la teología del cuerpo de san Juan Pablo II. Podemos decir que existe un vacío en la educación del joven católico en la comprensión de su sexualidad y en los temas que conciernen a la promoción y defensa de la vida humana. Hoy no es extraño que un joven católico y un joven ateo tengan las mismas perspectivas sobre estos temas.
La llamada a las mujeres que hacía el papa en la encíclica para vivir su “genio femenino”, sin caer en modelos machistas, también ha sido ignorado. Nunca como hoy las mujeres se niegan tanto a sí mismas –por influencia del feminismo radical y por el modelo de comportamiento que promueven los medios de comunicación–, hasta negar su propia naturaleza de mujeres, su capacidad para cuidar, para proteger, aceptar y reconciliar a los hombres con la vida, para humanizar los ambientes familiares, laborales y sociales. Todo esto suena extraño en la vida de muchas personas.
No obstante que “El Evangelio de la vida” no ha logrado penetrar ampliamente la cultura, ni los ambientes jurídicos y académicos, ni siquiera los ambientes de la misma Iglesia –después de 30 años de su publicación–, no podemos caer en el desánimo. Al contrario, cuando uno lee las páginas de esta encíclica se da cuenta de su permanente actualidad y de tanta luz que de ella emana para iluminar la noche del mundo. Es nuestra responsabilidad volver al documento y difundir sus enseñanzas.
Los esfuerzos pro vida en el mundo, por pequeños que parezcan, no han sido de poca monta. Al contrario, han transformado la vida de muchas personas ahí donde se han puesto en práctica. Con la oración por el fin del aborto y una labor silenciosa a favor de lo no nacidos; con el trabajo a favor de las mujeres con embarazo en crisis; a través de la educación sexual de los jóvenes y de la promoción de la dignidad de la mujer; con las reflexiones en bioética, la luz de Cristo sigue brillando entre tanta oscuridad y violencia. Es un legado absolutamente precioso para impulsar la reconstrucción del tejido social y la cultura de la paz.
MÁS ARTÍCULOS DEL AUTOR:
Trump y la fecundación in vitro
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe