Peregrinos de la esperanza
Que en este Año jubilar los santuarios sean lugares santos de acogida y espacios privilegiados para generar esperanza
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999.
Con este lema hemos iniciado el año Jubilar encabezado por el Papa Francisco. Unidos y en comunión con la Iglesia de Roma caminamos para celebrar estos doce meses que son una oportunidad para la reconciliación nacional y el perdón personal. El origen de este año santo se encuentra en la tradición hebraica del jubileo (yobel) como tiempo de perdón y reconciliación una ocasión especial para meditar sobre el gran don de la misericordia divina que siempre nos espera y también nos recuerda la importancia de la conversión interior, necesarios para poder vivir los dones espirituales otorgados a los peregrinos durante el Año Santo, renovando la relación que une a los bautizados, como hermanos y hermanas en Cristo, y con toda la humanidad en cuanto amada por Dios.
Hace unas semanas el Santo Padre recordaba el miedo que se corre en esta celebración ya que se puede convertir el año jubilar en turismo religioso. La invitación es a vivir desde la esperanza este cambio de época. La esperanza desempeña múltiples funciones en nuestra vida. Primero, actúa como un poderoso motivador, impulsándonos a movernos y persistir en nuestros esfuerzos. Las personas con una vivencia de esperanza alta tienden a establecer metas más ambiciosas, además de tener una mayor capacidad para identificar múltiples vías para alcanzar esas metas lo que aumenta sus probabilidades de éxito siguiendo el modelo Snyder. Un método que se propuso en los años 70 el concepto de auto-observación, que frecuentemente también se traduce de forma literal como “automonitorización”. Estos términos hacen referencia al grado en que las personas supervisamos y controlamos nuestro comportamiento y la imagen de nosotras mismas que proyectamos en situaciones sociales.
Además, la esperanza tiene un impacto significativo en nuestra salud mental y física. Una investigación de Jennifer s. Cheavens junto con otros científicos de la Universidad de Ohio demostraron que las personas con altos niveles de esperanza tienen menos probabilidades de sufrir depresión y ansiedad, y presentan mejores resultados en el tratamiento de enfermedades crónicas. La esperanza también puede mejorar la recuperación de eventos traumáticos, como indicó un estudio del psicólogo clínico George Bonano, que mostró que los sobrevivientes de desastres naturales con altos niveles de esperanza tenían una recuperación más rápida y completa.
He podido experimentar en enfermos terminales creyentes como su nivel de esperanza ha logrado tener un final menos traumático que el enfermo alejado de toda esperanza con un nivel de trascendencia bajo se encierra en sí mismo.
Los creyentes somos faros de esperanza en medio de situaciones caóticas, llenas de violencia de todo tipo. El Papa Francisco nos recordaba en la bula de convocación al jubileo que “el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia. ¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial? ¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte? Dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que «trabajan por la paz» podrán ser «llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La exigencia de paz nos interpela a todos y urge que se lleven a cabo proyectos concretos. Que no falte el compromiso de la diplomacia por construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera.”
Unidos al Papa Francisco en el relanzamiento de la academia de líderes católicos en la Universidad Panamericana en donde se invitaron a algunos representantes de algunas fuerzas políticas del país invitamos a todos los habitantes del país a tener un día de tregua por la paz; los días 12 y 25 de diciembre como momentos señalados para lograr la buena noticia que no haya ningún muerto y cese la comunicación hostil entre los políticos. El rechazo social ha aumentado ante el crimen organizado al no hacer caso a esta llamada de paz en el país. Y la esperanza sigue en pie para que cesen las armas de la lengua y las balas. El cumplimiento de los compromisos para la construcción de la paz y la apertura al diálogo desde la Iglesia católica son dos instrumentos para empezar a tejer una sociedad que no pierda la esperanza.
Seguiremos durante este año 2025 escuchando a los familias de desaparecidos, a los migrantes y a las mujeres que viven todo tipo de violencia desde el Evangelio ya que realmente esto es lo que da la esperanza que se obtiene desde el encuentro personal con Jesús.
En una catequesis del miércoles el Papa Francisco nos señalaba que “¡El mundo de hoy tiene tanta necesidad de esta virtud cristiana! Como también necesita tanto la paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza. Los seres humanos pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y todo ya, la paciencia tiene capacidad de espera. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras. La esperanza no es cuestión de edad, cuántos ancianos tienen mayor capacidad de esperanza que algunos jóvenes sometidos a la cultura de la inmediatez que no comprenden el tiempo acompasado de Dios.
El Papa Francisco en la bula de convocatoria al Jubileo 2025 recuerda “que el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México se está preparando para celebrar, en el 2031, los 500 años de la primera aparición de la Virgen. Por medio de Juan Diego, la Madre de Dios hacía llegar un revolucionario mensaje de esperanza que aún hoy repite a todos los peregrinos y a los fieles: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?». Un mensaje similar se graba en los corazones en tantos santuarios marianos esparcidos por el mundo, metas de numerosos peregrinos, que confían a la Madre de Dios sus preocupaciones, sus dolores y sus esperanzas. Que en este Año jubilar los santuarios sean lugares santos de acogida y espacios privilegiados para generar esperanza.
En unos días caminamos juntos como arquidiócesis a la casita del Tepeyac que al cruzar el umbral de la puerta santa de la Basílica de Guadalupe sintamos como María de Guadalupe junto a su hijo Jesús nos llena de esperanza para seguir luchando por la paz.
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