Llamados a la unidad, no al odio ni a la división
A la luz de nuestra fe en la Santísima Trinidad, conviene revisar nuestras relaciones interpersonales.
Participa cada lunes a las 21:00 horas (tiempo del centro de México) en La Voz del Obispo en Facebook Live. Este lunes 31 de mayo podrás conversar con el autor de este texto, el Obispo Auxiliar, Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza.
Hoy, Domingo después de Pentecostés, celebramos y proclamamos nuestra fe en Dios Trino y Uno, en el misterio de la Santísima Trinidad.
Somos hijos amados del Padre celestial, discípulos de Cristo lavados y redimidos por su sangre, y templos vivos del Espíritu Santo que habita en nosotros por la gracia bautismal.
En su ser trinitario, Dios se nos manifiesta como misterio de amor y de comunión; como un único y eterno Dios que es comunión de tres personas distintas en la unidad de un solo ser. Ese Dios que es amor y comunión, se nos ha dado a conocer en Cristo para invitarnos a la amistad con él, pues como dice san Juan: “Dios no envió a su Hijo a condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”.
El misterio de la Trinidad es misterio de amor. La relación entre las personas divinas es un eterno don de amor. De ese amor quiere el Señor que vivamos, de ese amor inagotable que de la Trinidad ha de alimentarse todos los días nuestra fe y nuestra vida, para que con ese amor podamos amar a quienes nos rodean y, como nos dice san Pablo: “vivir en paz y armonía” (2Cor) los unos con los otros.
Es fundamental entenderlo, asumirlo: los seres humanos hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza. Ello significa que hemos sido creados por amor y para el amor, y que nuestra vida puede desarrollarse y realizarse solamente cuando tenemos la experiencia de ser amados y de amar.
Es el amor lo que le otorga significado a la vida; es el amor lo que hace que una vida humana sea grande y luminosa; es el amor que recibimos y que otorgamos lo que más nos acerca a Dios.
Por el contrario, la vida humana se atrofia y se frustra cuando se cierra sobre sí misma. Una vida que no se abre al amor y a la donación, que no es capaz de dar y recibir amor, se asfixia en su propia soledad.
Por ello, a la luz de nuestra fe en la Santísima Trinidad, conviene revisar nuestras relaciones interpersonales, nuestra capacidad y disposición para amar; reflexionar sobre acerca de nuestras relaciones interpersonales y la forma como hasta hoy las hemos vivido.
El amor de Dios Trinidad es también misterio de comunión, de unidad. Por ello, creer en él y vivir en él, nos llama a esforzarnos seriamente por vivir la comunión con los demás.
Por lo tanto, ante los numerosos desafíos que tenemos hoy como nación, entre ellos la ya cercana jornada electoral y sus consecuencias, necesitamos entender que unidos, sintiéndonos hermanos, reconociendo el valor incalculable de toda persona, atentos en particular a quienes sufren y más nos necesitan, hemos de trabajar para levantarnos y construir un futuro venturoso para todos.
Siempre, pero hoy más que nunca, necesitamos estar unidos, sumando y multiplicando esfuerzos. Juntos tenemos que buscar caminos de verdadero desarrollo, del cual nadie esté excluido.
Pero el camino hacia la justicia, la equidad y el bien común, no se construye con el odio fratricida, ni fomentando la división y el resentimiento social; no se construye atentando contra la integridad y la vida de otras personas.
Que a la luz del misterio de amor y unidad que contemplamos en la Santísima Trinidad, el Señor nos ayude a no acostumbrarnos a las barbaries vividas en días recientes en algunos puntos de nuestro país (muchas de ellas vinculadas a la jornada electoral 2021) y del extranjero, pues la violencia únicamente engendra más violencia y destrucción.
Dios Trino y Uno nos ayude a vivir el amor y la unidad entre nosotros: unidad en nuestras familias, en nuestra Iglesia y en la sociedad.
Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza es Obispo Auxiliar de México