¿Qué significa que Jesús está sentado a la derecha del Padre?
¿Por qué en el Credo decimos que Jesucristo está sentado, si en ese cuadro sale de pie? -le preguntó a una amiga su nieto adolescente, señalando la imagen del Señor de la Divina Misericordia. La pregunta la tomó por sorpresa, y como no supo qué contestar, hizo lo mejor que se puede hacer en estos […]
Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
¿Por qué en el Credo decimos que Jesucristo está sentado, si en ese cuadro sale de pie? -le preguntó a una amiga su nieto adolescente, señalando la imagen del Señor de la Divina Misericordia.
La pregunta la tomó por sorpresa, y como no supo qué contestar, hizo lo mejor que se puede hacer en estos casos: no inventar, sino decir: ‘no lo sé, pero voy a averiguar’.
Para responder a su pregunta, hay que considerar la frase completa, no sólo la primera parte.
En el Credo no sólo dice que Jesucristo ‘está sentado’, sino que “está sentado a la derecha del Padre’ (ver Mc 16, 19), y hay que situarla en contexto, tomar en cuenta que la decimos después de afirmar que Cristo resucitó y subió al cielo.
Ello implica que no sólo se refiere a Cristo resucitado, sino glorificado.
Nos hace saber que Aquel que por salvarnos del pecado y de la muerte, se encarnó, renunciando a las prerrogativas de Su condición divina (ver Flp 2, 6), las asumió de nuevo plenamente, y está Vivo y Glorioso, en el cielo.
Decir que Jesucristo está “sentado a la derecha del Padre”, no es una referencia de ‘postura’, como decir: ‘está de pie’, o ‘está caminando’, sino una manera de hablar para que podamos comprender lo que implica que Jesús esté en el cielo. Consideremos estos cuatro aspectos:
1.- Divinidad
En tiempo de los reyes, ¿quién podía sentarse junto al trono de un rey como su igual? Solamente alguien de su familia. Los súbditos permanecían abajo, separados por la altura y la distancia.
Decir que Jesús está “sentado a la derecha del Padre” es una afirmación de Su divinidad, muestra que Cristo es igual al Padre (ver Jn 10,30). Sólo Dios Hijo tiene derecho a estar sentarse a la diestra de Dios Padre.
2.- Honor
Hasta la fecha, se considera un honor sentarse a la derecha del anfitrión en un banquete.
Decir que Jesucristo está ‘sentado a la derecha del Padre’ indica que ocupa en el cielo el sitio de máximo honor, expresa que ha sido glorificado por Su Padre (ver Jn 8, 54).
También nos ayuda a comprender que a la gloria se llega a través de la cruz, el saber que a Aquel que, como dice san Pablo: “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz…Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fl 2, 7-11).
3.- Poder
El hijo de un rey goza de su favor, recibe privilegios de los que nadie más goza, puede disponer de las propiedades de su papá, de sus ejércitos, de sus tesoros.
Ya que todo lo del Padre es también del Hijo (ver Jn 17,10), decir que Jesucristo “está sentado a la derecha del Padre” es reconocer que, como afirman san Pedro y san Pablo, Dios sentó a Jesucristo a Su diestra en el cielo, para que estuviera por encima de todo, para someterlo todo a Él (ver 1Pe 3, 22; Ef 1, 20-22).
Su Padre le ha dado “todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18), y en Él se cumple lo que anunció el salmista: “Dice el Señor a mi Señor, ‘Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies’…”(Sal 110, 1).
Como Dios Todopoderoso, Cristo ha derrotado a Sus adversarios, ha vencido sobre el mal y sobre la muerte.
4.- Intercesión
El hijo del rey goza de cercanía, de intimidad con él, puede pedir clemencia para alguien que le ha encomendado que abogue por su causa ante su papá.
Dios Hijo intercede por nosotros ante Dios Padre (ver 1Jn 2,1).
Decir que Jesucristo “está sentado a la derecha del Padre” nos da el grandísimo consuelo de saber que contamos siempre con Su amorosa intercesión (ver 1Jn 2, 1; Rom 8, 34).