Los grandes desafíos del pontificado del Papa León XIV
León XIV, sucesor de Pedro, asume la misión de guiar una Iglesia viva, fiel al Evangelio y comprometida con los desafíos del mundo actual.
Comisionado de la Doctrina de la Fe en la Arquidiócesis Primada de México y miembro de la Comisión Teológica Internacional (CTI). Es director del Observatorio Nacional de la Conferencia del Episcopado Mexicano y fue rector de la Universidad Pontificia de México, cargo que ocupó durante tres trienios.
El nuevo sucesor de Pedro como obispo de Roma y pastor de la Iglesia, elegido por el colegio de cardenales bajo el impulso del Espíritu Santo, se encuentra con una comunidad cristiana en camino y un mundo lleno de desafíos que no se detienen.
El Papa Francisco ha abierto una serie de procesos que deben continuar porque la realidad así lo exige, en cambio, la forma de dar seguimiento a estos procesos y a muchas realidades nuevas que cada día se presentan, no necesariamente pasan por el estilo personal de Francisco, que como corresponde a cada persona, es único e irrepetible, sino que seguirán con la sensibilidad y la personalidad propia del nuevo pontífice, pero con respuestas que enriquecen el camino de la Iglesia en el verdadero sentido de la Tradición de la Iglesia: recibimos y conservamos con fidelidad el depósito de la fe y lo enriquecemos con nuestra compromiso renovado sirviendo a Cristo y a nuestros hermanos, anunciando el único Evangelio y extendiendo el ámbito de la redención humana.
Nadie debe tener falsas expectativas sobre el ministerio del Papa y de la Iglesia. Hay un punto de referencia que no puede cambiar a lo largo de los siglos, independientemente de los vaivenes de las culturas y los pueblos: la fidelidad a Cristo y a su Evangelio. En este punto no puede haber etiquetas sino fidelidad. La identidad cristiana pasa por la aceptación de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación y su enseñanza para la vida eterna.
“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre” (Hb. 13,8), Él es “el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap. 22,13). Ninguna doctrina extraña debe alejarnos de Él, Jesús es el origen y destino de toda la realidad, dado que Él es la Palabra eterna de Dios hecho carne (Jn. 1,14) y el rostro visible de Dios en la historia (Col. 1,15).
Desafíos al interior de la Iglesia
Una Iglesia al servicio del Evangelio en el mundo
Debemos continuar siendo una Iglesia con mucha vitalidad al estilo del Documento de Aparecida (2007) que muy bien asimiló y presentó el Papa Francisco con su testimonio personal y en su enseñanza magisterial, especialmente en Evangelii Gaudium, La Alegría del Evangelio (2013) donde todos, pastores y fieles, debemos ser portadores de la Buena Nueva de la salvación, con alegría y esperanza, no tanto con citas bíblicas a diestra y siniestra, sino con nuestra vida, con nuestras convicciones y con nuestro testimonio.
En medio de un mundo alejado de Dios, indiferente a los valores espirituales y cristianos, debemos despertar la admiración y el interés por la forma de acercarnos a las realidades humanas, siempre con respeto, pero buscando el bien y la verdad de las personas y la justicia para la sociedad, es lo que el Papa Francisco llamaba evangelizar por atracción, no por proselitismo. Por supuesto que debemos anunciar explícitamente el Evangelio, pero lo más importante comienza con el testimonio personal y eclesial.
Nos debe preocupar la disminución de católicos y cristianos en el mundo, pero no porque nosotros seamos numéricamente menos, sino porque el Evangelio de Jesucristo no esté llegando a todos los ambientes y, especialmente a las nuevas generaciones. No debemos tratar de ser una Iglesia poderosa según los criterios del mundo, sino que debemos procurar ser servidores de nuestros hermanos anunciando el Evangelio, con sencillez y convicción, a todos, especialmente a los más pobres y a los más alejados.
Una Iglesia más unida en la fe
Como si fuéramos un sector más de la sociedad en que vivimos y no “la levadura que fermenta toda la masa” (Cfr. Mt 13,33) para mejorar a la sociedad misma, nos hemos convertido en comunidades divididas por criterios opuestos, unas veces por nos dejarnos influir por ideologías políticas que envenenan el alma y dividen familias y comunidades, otras veces por llenarnos de prejuicios al interior de la Iglesia que nos llevan al extremo de desconocer o dudar de la autoridad apostólica del Papa y del obispo. Nos olvidamos fácilmente de aquella expresión utilizada por Jesús mismo: “Todo reino dividido va a la ruina” (Mt 12,24).
Naturalmente Cristo no está dividido (Cfr. 1Cor. 1,13), nosotros debemos superar nuestras divisiones y saber vivir en la concordia de una misma fe, tal como nos presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles a la primera comunidad cristiana en Jerusalén: todos vivían unidos en una sola fe y en un mismo corazón, participando de la fracción del pan con alegría y gozaban del aprecio de todos (Cfr. Hch 2, 42-27). La Iglesia, en medio de un mundo roto, fragmentado y oscurecido por ideologías de paso, debe vivir con más fraternidad su vocación a la unidad para llevar a todos el tesoro de la fe: “Que todos sean uno, como tú y yo, Padre, para que el mundo crea” (Jn. 17,21) decía Jesús en su oración.
La gran propuesta para la Iglesia de hoy ha sido redescubrir la sinodalidad que no consiste en cambiar en nada la teología sobre la Iglesia sino nuestro estilo de vivir en ella: debemos aprender a caminar juntos, pastores y fieles, consagrados y sacerdotes, valorando especialmente a la mujer. Una Iglesia que Escucha la Palabra de Dios, que nos escuchamos unos a otros y nos comprometemos desde nuestra vocación como fieles y pastores a construir con Cristo el Reino de Dios.
Una Iglesia comprometida con la justicia y la caridad
Uno de los desafíos más grandes de la Iglesia sigue siendo nuestro compromiso con las situaciones de dolor, de exclusión, de discriminación o de injusticia en la realidad humana que tiene rostro, nombre y un drama personal. Como el buen samaritano, la Iglesia tiene el deber ineludible de servir a Dios en las necesidades de nuestros hermanos. Debemos dar la respuesta personal en el pequeño mundo en que vivimos y la respuesta institucional en el mundo globalizado en el que nos encontramos.
DESAFÍOS DE LA IGLESIA ANTE EL MUNDO
El gran mundo globalizado en que nos encontramos nos muestra el sorprendente desarrollo de la ciencia y la tecnología que nos hace ver la grandeza del espíritu humano, con la infinita dignidad que Dios nos ha dado, pero también nos hace ver, como contraste, la fragilidad y la limitación humana, al tomar caminos que nos alejan de Dios y oscurecen nuestra propia naturaleza y afectan a la casa común en que habitamos.
La Iglesia necesita estar en dialogo y cercanía con los nuevos logros científicos y tecnológicos para que estén al servicio de la humanidad con exigencias éticas y compromisos morales, para responder a las realidades humanas. Un capítulo nuevo y de gran trascendencia es el que se refiere a la inteligencia artificial.
Por otra parte se requiere una presencia testimonial y una voz Profética ante el drama de nuestro tiempo: La falta de respeto a la vida humana en todas sus etapas, la falta de valoración por el matrimonio y la familia, la movilidad humana y los distintos fenómenos de migración, la pobreza que no termina, los conflictos bélicos entre pequeños y grandes países, los ambientes enfermos por las nuevas esclavitudes de las drogas y la violencia criminal. Un diálogo claro ante las ideologías deshumanizantes y un compromiso con cada persona y la sociedad toda para reencontrar la trascendencia de la vida humana y su camino de redención y glorificación.
LA MISIÓN DEL PAPA
El nuevo sumo pontificie tiene el gran desafío de impulsar la vitalidad de la Iglesia, procurar su unidad fraterna, hacerla cercana a las distintas necesidades humanas, entrar en sintonía con el mundo que se desarrolla y que, al mismo tiempo, muestra sus fracasos y limitaciones y la inevitable necesidad existencial de encontrarse con Dios.
El Papa es un hombre de fe elegido para una gran tarea. De manera personal es un hombre siempre limitado, pero fortalecido con el don del Espíritu Santo. Tiene grandes exigencias que superan sus fuerzas pero cuenta con el respaldo de la Iglesia y la fortaleza del Evangelio.
Cristo es el mismo para siempre y para todos, el Evangelio es único, la forma de comunicarlo cambia al entrar en contacto con las culturas y el tiempo y a través de la personalidad y los talentos de quien lo comunica.
El Papa por su misión se convierte en uno de los personajes más reconocidos por la trascendencia religiosa que representa y como referente obligado en el mundo de la cultura y la política por los valores morales y éticos que difunde.