Si queremos ser coherentes con nuestra fe, los católicos debemos tener en cuenta y cumplir esos cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia que aprendimos, o debimos aprender, desde el catecismo. El cuarto mandamiento dice “Ayunar cuando lo manda la Santa Madre Iglesia” y, actualmente, se hace ayuno dos días el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
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En este mandamiento caben también los días de abstinencia de carnes, incluyendo aves, que también son los mismos días con carácter de obligatoriedad, y los viernes de Cuaresma en los que podemos cambiar la abstinencia por alguna obra significativa de caridad o de piedad. También existe el ayuno Eucarístico que nos pide que nos abstengamos de comer una hora antes de comulgar.
El mandamiento está claro, pero ¿tiene sentido en este tiempo? Si tomamos en cuenta el cumplimiento o no cumplimiento del mandamiento, nos percatamos de que la mayor parte de los católicos ya no lo cumplen ni les importa, no lo consideran fundamental. Pero lo mismo podríamos decir de los otros cuatro mandatos y así llegamos a la conclusión que los cumplen quienes de veras quieren ser católicos.
Con su muerte y resurrección, Jesús nos redimió y nos salvó del pecado. Que ni se nos ocurra decir que nosotros nos ganamos el perdón con nuestras buenas obras. El perdón, la salvación y la gloria, son regalo de Jesús totalmente inmerecido por nosotros.
Pero si somos perdonados gratuitamente, nos queda la necesidad de reparar en lo posible el daño hecho por nuestros pecados. Es de justicia. A esa reparación la llamamos penitencia.
Con motivo de la fiesta suprema de nuestra redención, la Pascua, la Iglesia tradicionalmente nos propone cuarenta días previos de penitencia y nos propone tres formas clásicas de hacerla: oración, limosna y ayuno.
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Ayunar materialmente significa no comer. Abstinencia materialmente significa no comer carnes. Se hacía excepción de los productos del agua no porque fueran más o menos puros que las carnes, sino porque estaban al alcance de los pobres.
Ayunar tiene un sentido espiritual. No estamos de acuerdo en que nuestro Dios sea el vientre y que vivamos para comer. En un tiempo en el que nos domina el deseo de dar placer al cuerpo, necesitamos demostrarnos a nosotros mismos que podemos disciplinar nuestros deseos. Que hay cosas más importantes que comer.
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En todas las espiritualidades, cristianas y no, el ayuno es una disposición previa para que el espíritu humano se encuentre con Dios, libre de los apetitos materiales. Quizás nos sirva como ejemplo el que cuando hacemos algo que nos apasiona nos olvidamos hasta de comer. Dios nos debe apasionar.
Ayunar tiene un sentido social. Los Papas actuales nos piden que entreguemos el fruto de nuestro ayuno a los hermanos que siempre ayunan. El hambre es una realidad muy cercana a nosotros. Esta Cuaresma debemos buscar el medio de hacer llegar a los hambrientos el pan que nos quitamos de la boca.
En el ayuno y la abstinencia cuaresmales tenemos los católicos una oportunidad de ser coherentes y de dar testimonio de nuestra fe.
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