No es para mí
Cuando debo alzar la voz la alzo, pero la mayoría de las veces basta con reconocer que lo malo no es para mí.
Atorado en el tráfico, Germán estaba calmado, mientras, Manuel, su compañero, se mostraba estresado, decía que iban a llegar tarde a su cita de negocios.
Germán intentaba tranquilizarlo, llevaban tiempo. Al menos llegarían con 20 minutos de margen. No era problema la puntualidad.
El atasco se disolvía y los autos empezaban a avanzar, pero algunos, desesperados, no respetaban las indicaciones que el policía hacía y provocaban por momentos nuevos atorones. Al avanzar Germán, otro intentó ganarle y por poco chocan. Todo quedo en un susto y en múltiples insultos hacia Germán, a pesar de no tener responsabilidad.
Manuel, alterado, respondió a los insultos y después continuó su enojo con su compañero, por dejado. Germán le respondió que no tenía ningún caso pelear y continuo la marcha.
Después de su cita, ya sin presiones y más calmado, Manuel pidió disculpas y aprovecho para preguntar: ¿Por qué te mantuviste calmado cuando te insultaron?
-Esos insultos no eran para mí- respondió Germán- eran para el objeto de sus frustraciones, para su enojo o incapacidad, pero no para mí. Por eso no tengo por qué enojarme. Tú si le respondiste y en ese momento los hiciste tuyos, te enojaste y seguiste conmigo, pero de igual forma, yo no hice mías tus agresiones. Si lo hubiera hecho, no estaríamos aquí conversando y probablemente en la cita nos hubiera ido mal.
No es que sea dejado- concluyó- Cuando debo alzar la voz la alzo, pero la mayoría de las veces basta con reconocer que lo malo no es para mí.
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