Unos palos de madera…
"Di gracias a Dios de que hubiera jóvenes, que no obstante los ruidos secuestradores de este mundo, escucharan la voz del Señor"
Esa mañana tomé una ruta hacia el Poniente de la ciudad para dirigirme a un compromiso de trabajo. Cuando me disponía a subir a un puente en mi camioneta, me di cuenta que estaba cerrado o por un accidente o por obras en reparación.
Esquivé la entrada, bloqueada por una patrulla, y busqué una vía alterna. Por lo visto todos los carros se dirigían al mismo rumbo, porque íbamos apeñuscados a vuelta de rueda, semáforo tras semáforo, buscando cómo avanzar. Después de varios kilómetros, reloj corriendo, se despejó un poco el tráfico y pude adelantar un buen tramo, hasta que me topé nuevamente con un embotellamiento. No me quedó más remedio que hacer uso de paciencia. Como pude salí del atolladero, y recorrí algunos kilómetros hasta que me detuve en un crucero para dar vuelta a la izquierda y tomar la calle que me llevaría a mi destino. El rojo del semáforo se hizo eterno. Al lado mío iban motocicletas, camiones, trailers e infinidad de carros.
No faltaron los limpiaparabrisas, y varia gente pidiendo limosna. El ruido era infernal, sin contar la nube de smog que no dejaba respirar. Con este agobio en la cabeza, miré distraídamente a un grupo de 6 muchachos, que alegremente pasaba delante de mí, vestidos con tenis, sudaderas enrolladas a la cintura, paliacates y morrales. Me les quedé viendo un instante mientras atravesaban la avenida, y me percaté que uno de ellos, el último, cargaba como unos palos de madera. Fue entonces cuando afiné mi vista, y me di cuenta que era una cruz. En ese momento me puse a pensar, ¿quiénes eran esos jóvenes? ¿a dónde se dirigían? ¿cómo era posible que se sustrajeran del caos frenético de la vida? ¿Por qué ellos no parecían atrapados por el mundo y sus peligros?
Supuse que eran jóvenes de algún grupo de Escuadrón o de Boys Scouts, o quizá de alguna parroquia, que se dirigían a la plaza más cercana a hacer un viacrucis, o se preparaban quizá para irse de misiones. El caso es que di gracias a Dios de que hubiera jóvenes, que no obstante los ruidos secuestradores de este mundo, escucharan la voz del Señor y lo siguieran, y no solo eso, sino que se dispusieran, con toda su fuerza y energía, a llevar el Evangelio a sus hermanos, posiblemente en rancherías lejanas o pueblos -perdidos- y necesitados.
Un concierto de klaxons detrás de mí, me despertó de mis ensoñaciones y me regresó de vuelta a mi realidad. Todavía faltaban algunos minutos para que llegara, sin embargo, mis preocupaciones se esfumaron. Esos jóvenes me devolvieron la fe y me llenaron de esperanza, y desde aquel momento hasta hoy, no he dejado de traer ese evangelio vivo en mi mente y en mi corazón.
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