Respeto humano y altivez cristiana

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COLUMNA

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Respeto humano y altivez cristiana

¿Es justo que los cristianos se avergüencen de seguir siéndolo, apareciendo ante el mundo como topos o avestruces?

23 abril, 2025

Como es poco probable –y muy poco seguro- que alguna vez caiga en manos de mis lectores un viejo libro del abate Louis Rouzic titulado Respeto humano y altivez cristiana (Buenos Aires, Difusión, 1945, 112 pp.), me apresuro a contárselo con mucho gusto. Ante todo, se trata de un libro dirigido a los jóvenes
católicos franceses que, desconcertados por la increencia que veían agitars
e y militar a su alrededor, se preguntaban si valía la pena seguir siendo lo que eran.

Porque los ateos llevan en todo la voz cantante, ¿es justo que los cristianos se avergüencen de seguir siéndolo, apareciendo ante el mundo como topos o avestruces?

La respuesta del abate Rouzic es: ¡nada de eso! Los respetos humanos hay que mandarlos a la porra. Y, por lo que hace a los cristianos, éstos deben mostrarse orgullosos de su fe: altivos. ¿No dijo Jesús en el evangelio que había que levantar la cabeza (Lucas 21, 28)? ¡Mueran los cristianos acomplejados! ¡Vivan
los altivos, los fuertes, los decididos! Y de esto trata el libro. ¡Ojalá que alguna editorial moderna se atreviese a reeditarlo! Pero, por si no, vayan aquí unos pensamientos que, espero en Dios, nos saquen de nuestra modorra espiritual y nos hagan pisar, como se dice, un poco más fuerte…

“El respeto humano es el respeto de las cosas humanas antepuesto al respeto de las cosas divinas; es la estima del hombre preferida a la estima de Dios… Un profundo escritor inglés, el padre Faber, propone esta definición de respeto humano: ‘Sentir un deseo insaciable de gustar siempre, consumirse en
esfuerzos por conseguirlo, levantar castillos en el aire, ser héroes imaginarios, meditar con complacencia sobre las alabanzas que se nos han dirigido…’. El respeto humano no llega esencialmente a abstenerse del bien y a cometer el mal.

No es esa su ley. Consiste, en cambio, en regular la conducta individual por las convicciones y los caprichos ajenos, en inclinarse al bien o al mal porque los demás así lo deciden… El respeto humano consiste en no obrar conforme a las propias creencias por temor a la opinión ajena”.

“Sin la ayuda de los cobardes, jamás los malvados podría provocar las ruinas que proyectan. Recordando algunas épocas de nuestra historia, se comprende la triste reflexión que Ozanam hacía a Lallier: ‘¡Cuánto mal se hace en el mundo por la inconsecuencia y la timidez de los hombres de bien!’. Sí, nuestra debilidad ha sido muchas veces la fuerza superior de nuestros adversarios. Otra frase de Ozanam es: “Dos clases de hombres hacen perder las batallas: los cobardes y los traidores”.

“En un discurso pronunciado en 1848, dijo Montalembert: ‘Estoy convencido de que el mayor de todos los males en una sociedad pública es el miedo. ¿Sabéis cuál ha sido el origen de todas nuestras calamidades? El miedo. Sí, el miedo que tenían las personas honradas por los bandidos, y también el miedo que los pequeños bandidos tenían a los grandes. No tengamos miedo.

Impidamos que los malvados detenten el monopolio de la energía y de la audacia. Que las personas honradas tengan igualmente la energía del bien; que los buenos ciudadanos demuestren, cuando sea necesario, su audacia’ ”.

“Siendo profesor en la Sorbona, uno de sus alumnos reemplazó sobre el cartel exterior a la Facultad, a renglón seguido del nombre de Ozanam, las palabras: ‘Curso de lenguas extranjeras’ por éstas: ‘Curso de teología’. Advertido Ozanam, a su llegada al aula dijo: ‘Señores: no tengo el honor de ser un teólogo,
pero tengo la felicidad de ser un cristiano; tengo la felicidad de creer y de poner toda la ambición de mi alma, de mi corazón y todas mis fuerzas al servicio de la Verdad’. La clase íntegra aplaudió estas altivas palabras”.

“Una religión abandonada por sus partidarios no atrae en absoluto a quienes la insultan; pero una religión que tiene defensores enérgicos fácilmente se transforma en conquistadora. ¿Acaso no es vergonzoso que los caballeros del mal demuestren más energía que los caballeros del bien?”.

“Es bien conocida la carta del cardenal de Clermont-Tonnerre, escrita en 1828 a un ministro que lo inducía a portarse como la generalidad a costa del honor y del deber. ‘Excelencia –replicó el noble anciano-, la divisa de mi familia, que le fue concedida por Calixto II en 1180, es la siguiente: Etiamsi omnes, ego non: Aunque todos, yo no (Mateo 26, 33). Es también la de mi conciencia’ ”.

“Nadie se atreve a decir: ‘Soy cristiano’; sin embargo, son estas palabras las que han convertido al mundo. Nadie se atreve a hacer profesión de cristianismo; sin embargo, el cristianismo descansa sobre esta demostración, es decir, sobre la confesión franca y valiente de quienes lo profesan”.