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COLUMNA

Fe y bien común

¿Por qué sufrimos?

No hay que olvidar que debemos luchar por transformar condiciones que provocan sufrimiento. Hacer eso, es un acto de amor imperado.

26 junio, 2023
¿Por qué sufrimos?
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Quizá es una de las preguntas más antiguas que se ha planteado la humanidad. Incluso, se ha llegado a afirmar que el sufrimiento es una característica específicamente humana. Pues mientras el dolor se asocia a aspectos físicos comunes en todos los seres vivos, el sufrimiento trasciende la materialidad, hundiendo sus raíces en cuestiones psicológicas e, incluso, metafísicas. Hasta cierto punto, el dolor es natural, el sufrimiento es “creado.” Esto no quiere decir que sufrimos porque queremos, sino que nuestra condición humana nos hace experimentar el sufrimiento.

A lo largo de la historia de la filosofía diferentes autores han tratado el tema, aunque parece que encontramos consenso en que está vinculado a la vida misma, particularmente a la cuestión de la voluntad, la libertad y el mal. Así, podemos encontrar dos grupos de respuestas: 1) Aquellas que señalan al propio ser humano como la causa de su sufrimiento, al resistirse ante voluntades o designios mayores, a no quitarse apegos o a los propios deseos cuya consecución excede nuestras posibilidades; 2) Aquellas que señalan cuestiones externas al individuo, particularmente a la existencia del mal. En ambos casos, se coincide en que el sufrimiento es inevitable.

En esta línea, propuestas filosóficas y teológicas han señalado que, ante la inevitabilidad del sufrimiento, es importante dotarle de sentido. Por ejemplo, Víctor Frankl señala que al ser humano se le puede arrebatar todo, excepto la libertad de elegir cómo afrontar las adversidades de la vida, por lo que, al dotar de sentido al sufrimiento, este deja de tener sus características paralizantes y se puede convertir en sacrificio, que mueve a salir adelante. Por su parte, Nietzche señala que no basta con tener una actitud “positiva” ante las adversidades, sino que hay que ir más allá y destruir todos los valores y principios que nos fueron impuestos y construir nuestro propio sentido.

En cambio, San Juan Pablo II enseña el valor salvífico del sufrimiento. Pues, con su propio sufrimiento, Cristo da respuesta y sentido al nuestro. De esta forma, “llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención [y así], todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo.” (SD, 19)

No obstante, su sentido salvífico no debe hacernos olvidar que hay sufrimiento que es ocasionado por el propio ser humano a otros seres humanos, particularmente a través de estructuras de pecado. Y mucho menos hemos de olvidar que no solo podemos, sino que debemos luchar por transformar las condiciones sociales que provocan ese sufrimiento. Hacer eso, aunque no conozcamos a la persona sufriente, es un acto de amor imperado. ¿Cómo podemos lograrlo? Luchando por crear instituciones más sanas, regulaciones más justas y estructuras más solidarias. (FT, 186) Es decir, haciendo vida la Doctrina Social de la Iglesia e iluminando a la sociedad, la política y la economía con el Evangelio.

Autor: David Vilchis, coordinador se Investigación en IMDOSOC

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.