En mi experiencia de escucha en Chile y España, aprendí que una de las primeras cosas que hay que hacer al iniciar un acompañamiento a un superviviente de violencia sexual, aparte de creerle, es tratar de desculpabilizarle.
Existe una gran posibilidad de que la víctima se sienta culpable, que juzgue a su niño interior que no supo defenderse; tal vez se pregunte: “¿Por qué no grite?” o “¿Por qué no salí corriendo?” o ¿Cómo no me di cuenta de que aquello era malo?”. Pero lo que está juzgando, lo hace desde su conciencia de adulto. Así, desculpabilizar es una manera de ayudar a perdonar a ese niño interior, a ese ser que no tenía el modo de escapar de aquella situación. Y es que algunas víctimas, niños y adultos, vivieron un proceso de grooming: fueron manipulados y atrapados mediante la culpabilidad, lo que no les permitió salir de esa relación.
Resulta importante ayudar a entender que la culpa se hace visible en distintos momentos del proceso de sanación:
- ¿Por qué lo permití? A veces las víctimas experimentan cierto placer físico y piensan que colaboraron con un grado de complicidad. Pero no es así, simplemente el cuerpo respondió ante un estímulo, lo que no significa que hubo consentimiento.
- ¿Debí hablar? La culpa hace sentir a la víctima que si se rompe el silencio las consecuencias serían devastadoras para la familia; que ésta quedaría cuestionada socialmente y que la revelación del secreto perturbaría la estructura familiar.
- ¿Lo que sucedió fue mi responsabilidad? La culpa es el sentimiento que el agresor transfiere a la víctima para liberarse de su responsabilidad y ponerla en ella. Los agresores suelen ser muy hábiles en ese sentido.
Así pues, un proceso de acompañamiento debe consistir en mostrarle a la víctima o superviviente los efectos de la culpa, con la intención de aliviar o procesar la angustia producida por el abuso, para que la resignificación de su historia le ayude a entender que se está escribiendo una nueva historia sobre tablas de salvación.