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COLUMNA

Desde la familia

El amor y las imperfecciones

Así terminó la reunión de mamás, que durante años hemos compartido la amistad y que ahora mostramos a nuestras familias imperfectas, con la visión siempre subjetiva del amor incondicional a los hijos. 

9 enero, 2024
El amor y las imperfecciones
Consuelo Mendoza
POR:
Autor

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos. 

Con motivo de los festejos decembrinos tuve una reunión, ya tradicional, con un grupo de señoras con las que he compartido una amistad profunda durante muchos años.

Como siempre, uno de los temas de conversación fue el de los hijos; antes hablábamos sobre su educación, y ahora que son adultos, sobre sus decisiones y la difícil época que les ha tocado vivir llena de ideologías y confusiones.

Fue entonces que una de ellas con sincera preocupación habló sobre la Declaración Apostólica Fiducia Supliccans, la “confusión que estaba provocando y que era contraria a los valores con los que educamos a nuestros hijos”.

Como era de esperarse, comenzó una acalorada discusión, con los argumentos que algunas habían leído en internet, en medios católicos o que incluso habían escuchado de autoridades eclesiásticas, provocando más desconcierto a quienes, como nosotras, no somos expertas en doctrina, ni en temas pastorales o teológicos, pero compartimos la Fe y los valores cristianos.

Fue entonces que una de ellas quiso transmitirnos su experiencia:

“Mi hijo que ya tiene algunos años de haberse independizado, decidió vivir con su novia; mi esposo y yo nos enteramos después de un año. No necesito explicarles el dolor que esta situación nos ha causado y que sinceramente nunca pensamos vivir.

No, no estoy de acuerdo con la decisión de mi hijo ni entiendo sus razones, pero esto no condiciona ni un poco el amor que siento por él, ni mi deseo de procurar siempre su bien; por el contrario, ahora está aún más presente en mis oraciones y tiene un lugar especial en mi corazón como un hijo necesitado.

Cuando era joven, mis padres no recibían en casa a personas vueltas a casar, o en unión libre. Si en la familia extensa alguno vivía en esta situación, era excluido y simplemente no se le volvía a mencionar pese al seguro dolor que esta decisión provocaba a los papás.  Así fui testigo de cómo algunos tíos o primos vivieron y murieron al margen del cobijo y el amor de la familia.

Yo no quiero que eso suceda con los míos… y agradezco a Dios el camino de misericordia que el Santo Padre nos va mostrando para amar sin juzgar, para avanzar sin conceder.

 Sin justificar su relación, sin darles el trato de un matrimonio, porque no lo es, bendigo a mi hijo todos los días, y bendigo a la mujer con la que vive; pido a Dios que también los bendiga, y que les conceda la gracia para entender y seguir su camino.

 Dicen que “vale más una gota de miel que un barril de hiel” y yo quiero mantener la puerta abierta para él porque mantengo la esperanza confiada en sus virtudes y en los valores que recibió desde pequeño.

Seguramente que el impacto y la gravedad hubiera sido mucho mayor si su problema hubiera sido de homosexualidad, pero ¿eso afectaría mi amor como madre o el amor de Dios?”

Y terminó diciendo: “No me enorgullezco de compartirles esta confidencia, pero agradezco a Dios que me permite vivirlo para comprender a los demás y no tener; como antes, la visión de los fariseos”.

Después de escucharla, la discusión por Fiducia Supliccans bajó de intensidad y de tono. Una amiga más, nos compartió su dolor porque su hijo abandonó la fe y se hizo mormón, mientras que otra encontró también la oportunidad de platicarnos del embarazo de su hija soltera.

Así terminó la reunión de mamás, que durante años hemos compartido la amistad y que ahora mostramos a nuestras familias imperfectas, con la visión siempre subjetiva del amor incondicional a los hijos. 

La Iglesia es madre y busca siempre el bien de cada hijo respetando su libertad y mostrando siempre, si es necesario,  el camino de regreso.


Autor

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.