“Ten misericordia de mí”
Dios, que es el protagonista de la salvación, justifica al que se humilla y desdeña al que se exalta a sí mismo
En la parábola que leemos hoy Jesús atribuye la justificación a la actitud humilde del publicano ¿Puede
esto notarse en las oraciones que hicieron este y el fariseo?
A lo largo de la sección del evangelio de San Lucas que conocemos como “subida a Jerusalén”, es
común encontrar enseñanzas motivadas por las cosas que algunos hacían o decían.
El evangelista nos presenta la motivación de la parábola para corregir a aquellos que se sentían justos y por ello despreciaban a los demás. La parábola nos presenta dos indicios claros de las actitudes con las que se presentan ante Dios tanto el fariseo como el publicano. En primer lugar, está la posición física y el lugar que ocupan: El fariseo ora erguido y adelantado en el recinto del Templo.
En cambio, el publicano está encorvado no se atreve a levantar la mirada en el fondo del recinto. En segundo lugar, tenemos el contenido de la oración: el fariseo es el protagonista de toda la oración, si bien se dirige a Dios dándole gracias, todos los verbos usados lo tienen a él como sujeto: no soy como los demás…, pago, ayuno, etc….
En cambio, el publicano de inmediato pone a Dios como el protagonista: “ten misericordia de
mí”. Cuando el Señor Jesús llega a la moraleja de la parábola, califica la actitud del fariseo como la del
que se enaltece a sí mismo, y la del publicano como la del que se humilla. Entonces, Dios, que es el
protagonista de la salvación, justifica al que se humilla y desdeña al que se exalta a sí mismo.

