¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Es importante recordar que no se trata de una anécdota o una narración de un hecho real sino de una parábola
Una de las parábolas más emblemáticas del evangelio de San Lucas es la que hemos leído este día. La parábola del buen samaritano. Es importante recordar que no se trata de una anécdota o una narración de un hecho real sino de una parábola, es decir un relato inventado por el Señor Jesús para transmitir una enseñanza. Para comprender correctamente su significado, es importante considerar a quién la dirigió y por qué la pronunció.
El destinatario era un maestro de la ley, el contexto es de cuestionamiento para probar a Jesús. Aquello en que podemos detenernos primero es en la pregunta que el legista hizo a Jesús: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”.
El contexto de salvación en el cual se movían los judíos no era la salvación de la Nueva Alianza conseguida por Nuestro Señor en la Cruz, por este motivo Jesús pone como referencia de salvación la Ley de Moisés: “¿Qué está escrito en la Ley?”. La Ley de Moisés era el instrumento para que todo judío permaneciera fiel a la Alianza pactada en el Sinaí.
El doctor de la Ley respondió recitando el primer mandamiento del decálogo “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas… y a tu prójimo como a ti mismo”. En esta respuesta, Jesús, también concordaba. La segunda pregunta es por autojustificación del legista: “¿Quién es mi prójimo?”.
La parábola del buen samaritano, entonces busca ayudar a aquel hombre a darse cuenta que el prójimo no es un asunto puramente externo sino un asunto interno, aquellos de quien uno se compadece. El Señor Jesús, autor de la comparación, acumula atenciones de parte del buen samaritano para acentuar que la compasión radica en acciones buenas al alcance de quien se compadece y no más allá.
Si el buen samaritano no era doctor, nunca se dice que debió haber curado a aquel hombre. La compasión lo llevó a hacer lo que él podía por la otra persona.