Evangelio 2 de julio: ¿Hay relación entre hacer obras misericordiosas y recibir recompensa de Dios?
Aceptar o acoger el Evangelio, que es la misma persona de Nuestro Señor Jesucristo, tiene por recompensa la vida eterna.
Evangelio 2 de julio san Mateo (Mt 10, 37-42)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.
El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.
Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.
¿Hay relación entre hacer obras misericordiosas y recibir recompensas de Dios?
En la segunda parte del discurso que escuchamos hoy se habla de acoger a los profetas pero tambien de recompensas ¿Hay relación entre hacer obras de misericordia y recibir recompensas de parte de Dios?
El Evangelio de esta ocasión nos presenta el final del discurso de Nuestro Señor Jesucristo para enviar a sus primeros discípulos delante de Él. A lo largo de dicho discurso habló el Señor del deber de predicar el Evangelio y de orar y ungir a los enfermos (Mt 10,7).
Habló sobre normas de comportamiento de los enviados como la completa confianza en la providencia y el ser portadores de paz (Mt 10,9-13). También avisó a los discípulos sobre rechazos y eventuales persecuciones (Mt 10,16-23).
A final de cuentas a los discípulos les está reservada la misma suerte que a su maestro (Mt 10,25). Para cerrar el discurso el Señor aborda dos temas. El primero de ellos es la confirmación del primer mandamiento, “amar a Dios sobre todas las cosas”, aplicado sobre sí mismo, por tanto el discípulo debe amar a Jesús sobre el amor a padres, hijos, y toda clase de posesiones incluso la propia vida porque “quien pierda la vida por mí, la encontrará” (Mt 10,37-39).
El segundo tema es sobre la recompensa merecida por aquellos que acojan o al menos den un vaso de agua a un enviado de Jesús (Mt 10,40-42). El contexto de la narración pone a los discípulos como destinatarios del discurso, sin embargo las últimas palabras del mismo se dirgen a los que recibirán a los discípulos.
La recompensa del discípulo no radica en bienes materiales sino en alcanzar o “encontrar” la vida. La recompensa de aquellos que los reciban no la especifica el Señor, pero es posible pensar en una recompensa semejante, porque toda persona que ha sido evangelizada, al madirar el Reino de los cielos en su corazón, se convierte en un enviado de Jesucristo tarde o temprano.
Concluimos que aceptar o acoger el Evangelio, que es la misma persona de Nuestro Señor Jesucristo, tiene por recompensa la vida eterna.
Mons. Salvador Martínez es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
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