“El remojo…” Evangelio y reflexión del 15 de mayo
Tenemos que traducir el mandato de Jesús en actitudes nuevas, frescas, que renueven nuestra vida y vocación.
Del santo evangelio según san Juan
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros’’. (Jn 15, 9-17)
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A estrenar corazón
“No te vengarás y no guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”, dice el libro del Levítico (19,18) constituyendo una parte ya antigua y propia del contenido de la ley que regía el pueblo de Israel.
El amor a Dios, para el pueblo de Israel consistía en la conciencia de saberse pueblo de Su propiedad, perteneciente al Dios del desierto que los había liberado de las manos de sus enemigos, que los habría protegido en las batallas y estaría con ellos, siempre y cuando guardaran, conocieran y cumplieran sus mandamientos.
Entolen kainen = mandamiento nuevo, un mandamiento con un adjetivo de cualidad, más que de cantidad, es decir, que se convierte en un algo nuevo (kainós), no porque no existiera y viene a formar parte de la complicada lista que ya tenían de leyes, de mandamientos; sino que es un precepto ya existente, pero que requiere ser llevado a nuevas estratificaciones, nuevas dimensiones. Ya el amar al prójimo era algo conocido por todos, ama a los de tu pueblo, a tu familia y odia a tus enemigos; pero adquiere este tipo de necesaria novedad cualitativa, porque el amor se había reducido tan sólo a aquellos que son de nuestra raza, de nuestro grupo o, como diríamos actualmente, a quienes “nos caen bien”. Pero para aquellos que nos procuran el mal, que nos son indiferentes o, incluso, que nos han causado algún mal, pidamos que llueva fuego del cielo y que los extermine.
A esos extremos de mal entender la ley de Moisés se había llegado, es por eso que Jesús, como herencia, poco antes de su ascensión a los cielos, deja este legado a sus discípulos: que se amen, no como estaban acostumbrados a hacerlo o como venían llevando ésta práctica, sino que Jesús inaugura un nuevo mandamiento: “ámense los unos a los otros…” (ya existente) pero con una nueva especificación, “como yo los he amado” (verso 34).
Ya para este punto de la reflexión, añado que el pasado viernes cumplí 22 años de sacerdote, y yo mismo reflexionaba cómo va el ministerio. Creo que me he acostumbrado a realizar mi labor: a celebrar la Misa, a atender a las personas que requieren algún sacramento, a procurar organizar la caridad en el lugar donde me encuentro y sirvo. Qué atinado Evangelio dominical que, después de dos décadas de realizar este servicio a la Iglesia, viene Jesús a decirnos: -te encargo algo “nuevo”-. ¿Algo nuevo? Pero, si ya di mi vida por el Evangelio, ya estoy cumpliendo tu mandato de dejar todo y seguirte, ¡cómo te atreves a pedirme todavía más, “¡algo nuevo!”.
¡Pues sí!, algo nuevo tiene que ser nuestra respuesta a Dios. Para mí, en el sacerdocio; para ti, estimado lector, en tu vida matrimonial, en el ejercicio de tu maternidad o paternidad, en los estudios si eres más joven o en la alegría de ser niño.
Hablo por lo que respecta a mí: creo que tenemos que traducir el mandato de Jesús en actitudes nuevas, frescas, que renueven nuestra vida y vocación, nuestra manera de hacer las cosas o de resolver siempre los problemas con la misma técnica. Jesús necesita de nosotros esa persona nueva, ese nuevo ministerio que no sea aburrido como quien deja de ser apasionado con su pareja, esa nueva manera de estudiar, dejando el celular a un lado, esa nueva manera de disfrutar la vida y de vivirla. No una novedad que destruye lo anterior o echa por la borda todo lo construido, sino aquella novedad que le da un Espíritu renovado a lo que ya tenemos, hacemos o a lo que nos dedicamos. Esa novedad sólo podrá ser fruto del Espíritu Santificador, por eso preparando ya Pentecostés, vamos diciendo: “Ven Espíritu Santo y llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra”.
Por eso, cuando era pequeño y alguien estrenaba algo, lo mostraba, lo presumía y se daba “el remojo”, que Dios nos conceda estrenar un nuevo corazón en este tiempo pascual, que sean estas últimas semanas de pascua el “remojo” de una nueva vida en Cristo.