Evangelio del día y reflexión- 27 de marzo de 2020 -Un encuentro amoroso
Cuando una persona hace esfuerzos sinceros y reales de conversión, Dios sale a su encuentro y repone los signos de su dignidad original.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32)
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.’ El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país, quien lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.’ Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus criados: ‘Saquen la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó:
‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.’ Él se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.’ El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado'”.
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Un encuentro amoroso
Este cuarto domingo de Cuaresma nos enfoca en la gran misericordia de Dios. No se trata de una cosa teórica, sino del ejercicio del encuentro amoroso entre un padre y su hijo que se había perdido.
Es una verdad profunda en nuestra fe católica que Dios no es el creador del mal moral. Es el ser humano quien peca, y esto se ve ejemplificado en la aventura del hijo que pide su herencia y se va de la casa a dilapidar su riqueza.
El hombre que se aleja del proyecto amoroso de Dios, tarde o temprano, sufre las consecuencias de su maldad y es entrando en sí mismo que recuerda y añora la dignidad que perdió.
También forma parte de nuestra fe cristiana el hecho de que Dios respeta la libre elección que cada uno toma de salvarse o perderse. Por ello, forma parte importante de esta parábola el dato de que el hijo se puso en camino para volver a la casa del Padre.
Cuando una persona hace esfuerzos sinceros y reales de conversión, Dios sale a su encuentro y repone los signos de su dignidad original, a saber, el anillo, el vestido y el calzado. La parábola reserva una parte a la reacción del hijo mayor, la cual refleja el enojo de los escribas y fariseos mencionados al inicio.
Este pasaje del Evangelio nos recuerda que Dios no se arredra ante la negativa del hijo mayor para entrar a la fiesta preparada por el padre. Lo más doloroso para un padre de familia es que un hermano niegue su parentesco por razón de comportamiento.
Por este motivo el rescate del hijo perdido resulta igualmente importante como el rescate del hijo enojado y ambas realidades desembocan en la alegría de la comunión en la casa del Padre eterno.
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Mons. Salvador Martínez es biblista y rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.