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¿A qué se refiere Jesús cuando habla de su glorificación? 

20 marzo, 2021
¿A qué se refiere Jesús cuando habla de su glorificación? 
Jesús con sus discípulos.

Del Santo Evangelio según San Juan 12, 20-33

Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y Él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre. Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ’Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; vaya a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

¿A qué se refiere Jesús cuando  habla de la hora de la Glorificación? 

El capítulo 12 del Evangelio según san Juan presenta el fin del ministerio público de Jesús y los preparativos de su última Pascua en esta tierra. De hecho, por la proximidad de esta fiesta tan importante para los judíos de su tiempo, comienza diciendo que muchos habían ido a Jerusalén para purificarse, pero también estaban buscando a Jesús, ya que los últimos acontecimientos referían que algo habría de pasar.

Apenas unos versículos antes, en el final del capítulo 11, se menciona que las autoridades judías tomaron la decisión de dar muerte a Jesús. Su “falta de respeto por el sábado”, la no observancia de esos preceptos, dando mayor importancia a los enfermos que le pedían sanar, el rodearse de personas de “mala fama” y el tremendo poder, reflejado en sus milagros, además de su discurso a los comerciantes, sobre cómo comportarse en la “Casa de Su Padre” hacían de Él, un judío incómodo.

En ese contexto es que se dirige a Betania, donde cena con sus amigos: Lázaro a quien había resucitado, y con Marta y María, que eran sus hermanas.

Después de esta cena, se enteraron muchos que Jesús estaba ahí, y tanto fue el alboroto, que las mismas autoridades judías consideraron dar muerte también a Lázaro, porque gracias al milagro efectuado en él, muchos decidían seguir al Mesías.



Al día siguiente, Jesús entra triunfante en Jerusalén y en lugar de dar una predicación de triunfo y gloria terrena, anuncia su “glorificación” por la muerte.

Es aquí donde el relato carece de toda lógica a ojos humanos, iba tan bien todo: milagros, un grupo de fieles seguidores, amigos, reconocimiento, entrada triunfante. ¡Qué más se podía pedir! ¡Qué más gloriosa suerte podría tener su proyecto!

Sin embargo, Jesús muestra que no es a través de la gloria de este mundo que Él conseguirá su última lección dada a nosotros, sino a través de la entrega incuestionable a la difícil voluntad del Padre.

¡Qué gran lección para nosotros, personas del siglo XXI! En muchas ocasiones buscamos las glorias terrenas, el reconocimiento y el bienestar en esta vida, olvidando que el que quiere seguir a Jesús, vive un proceso de renuncia a sí mismo, para hacer que el bien de los demás se convierta en el proyecto personal, para que haciendo feliz a los demás se nos permita encontrar la propia felicidad.

Es así, que para Jesús llega la hora de la glorificación, pero no del aplauso, ni un premio, ni un cargo político, sino la misma muerte.

Dar la vida, por la salvación de los pecadores, de ti y de mí, que en esta casi Semana Mayor, queremos recordar los misterios de su Pasión, Muerte y Resurrección, contemplando que también nuestra hora llegará, nuestro momento de dar testimonio con la vida de aquello en lo que creemos, de aquellos a quienes amamos y por quienes estamos dispuestos a dar la vida, como Jesús la dio por nosotros.





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