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¿Y el sismo de 1985?

18 septiembre, 2020
¿Y el sismo de 1985?
Pbro. Salvador Barba.
Creatividad de Publicidad

En estos días del mes de septiembre miramos y recordamos los desastres provocados por los sismos en México. El sismo de 1985 provocó una gran pérdida de vidas humanas y muchos daños materiales y, el sismo de 2017 sumó, además, muchos daños al Patrimonio Histórico y Cultural.

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Al repasar el tercer aniversario de 2017, muchos nos centramos en la Restauración-reconstrucción del Patrimonio Cultural y Artístico de nuestro México. De una manera personal, por la encomienda que me ha hecho mi Iglesia, me he centrado y he estado acompañando los procesos de Restauración de nuestros templos, atento a que nuestras comunidades de CDMX y de los Estados dañados, puedan reabrir sus puertas al culto y la oración, para beneficio de los fieles y, me he olvidado de las personas fallecidas por causa de los Sismos. Inconscientemente me he quedado en la reparación de lo Material.

He visto los toros desde la barrera y me he dicho: a mi comunidad no les pasó nada y a mi parroquia no le pasó nada. Reconozco que no miré que dejé de lado las necesidades de vivienda de muchos que se quedaron sin casa, que siguen de “arrimados” pues perdieron todo lo que con esfuerzo habían obtenido: se quedaron sin un patrimonio. Descuidé, tal vez no quise ver, la necesidad de mis hermanos sacerdotes, que guiados por el Espíritu siguen acompañando y consolando a sus comunidades. Sacerdotes y fieles celebrando en la calle, en jardines; los más afortunados, celebrando en atrios o salones prestados. Pero ahí han estado y están creciendo y madurando en la fe, dándonos ejemplo de esperanza y de mucha solidaridad.

Cuando era un joven seminarista de Teología, estando por entrar a la Capilla del Seminario para la Misa matutina, sentimos de golpe el sismo del 19 de septiembre de 1985, pero continuamos nuestro día normal –Misa, desayuno y clases-. Pero por ahí otro seminarista tenía un radio de pilas –de contrabando, pues no debíamos tener radios y menos en las aulas de clase- y empezó a escuchar los estragos de ese sismo. Empezamos a espantarnos y preocuparnos de qué podríamos hacer para ayudar. A nosotros y al Seminario no nos había pasado nada. Los seminaristas hicimos una revolución: queríamos salir y ayudar. Con el equipo de padres formadores, por la noche queríamos salir del Seminario y hacer algo. No teníamos celulares y la información era lenta, pero había corrido la noticia de que muchas casas y edificios habían sido dañados, que eran muchos los muertos. Al día siguiente se suprimieron las clases y se nos permitió salir a ayudar en lo que pudiéramos y se nos permitiera.

Se nos permitió salir a ayudar a los damnificados, a remover escombros, a consolar, y sobretodo, como siempre en todos los casos semejantes, los jóvenes a ayudar sin temores, contagiar la vitalidad y estar ahí sin cansancio, ayudando al otro. La mayor herramienta que llevábamos era nuestra sotana y la juventud, llenos de fe salimos a la “aventura”.

No puedo contar todo lo que viví y crecí en esos días. Llegaba ya muy noche a dormir y salía muy temprano; ya ni permiso pedía, hasta que una noche me encontré un recado bajo la puerta de mi cuarto del Seminario, que al día siguiente no podía salir a seguir ayudando solidariamente con mucha gente joven que seguía y seguía removiendo escombros, incluso recogiendo cuerpos. Esa nota no era para que no siguiera ayudando, era para que ayudara a preparar en la Basílica de Guadalupe una Misa de los 9 días por todos los difuntos.

Fue una experiencia que me marcó, el estar ahí con el necesitado que sufría y con toda la gente queriendo ayudar, preguntando: ¿qué hago, qué se necesita? Era organizar a las personas para ayudar mejor, para el acopio y reparto de víveres.



Algo maravilloso de esa experiencia del sismo del 1985 es que nos hizo ver a todos como hermanos. Nadie (pero NADIE) preguntaba sobre tu religión al momento de ayudar: simplemente nos dedicamos a ayudar al prójimo y el consuelo al que sufría. Nos olvidamos de partidos políticos, de buscar lo que nos divide a los cristianos, de poner etiquetas. Sólo era la caridad para con todos: salimos de nuestros egoísmos y miramos al otro. La ayuda llegaba de muchos lados, poco y mucho, había qué repartir luego, era evitar el embodegar y lo hicimos juntos.

¿Cuántos muertos y huérfanos? ¿Cuántos padres perdieron a sus hijos en estos 2 sismos? ¿Cuánta gente desde el 85 no ha encontrado un techo digno, como el que perdió?

Tal vez no hemos aprendido de la historia. ¿Somos de memoria corta? ¡Recordemos a nuestros muertos, que ya gozan del Señor, no los olvidemos!

¿Hemos aprendido las lecciones? Construir donde se debe y no construir donde no se debe. Evitar la corrupción para no hacer mal las edificaciones; darle un adecuado mantenimiento a nuestras casas y edificios –luego los condóminos se preocupan de todo, menos de su edificio-. Es necesario buscar que todos tengamos un lugar digno que llamemos nuestro hogar-casa, repartir mejor en el territorio nacional. Y, los que somos sacerdotes, estar atentos y cuidarlos, dándoles mantenimiento.

 

*El P. Salvador Barba es el enlace para la Reconstrucción de los Templos de la Arquidiócesis Primada de México y Director de la Dimensión de Bienes Culturales de la misma Arquidiócesis.

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Autor

Es sacerdote diocesano y director de la Dimensión de Bienes Culturales de la Arquidiócesis Primada de México. Actual párroco en la iglesia de San Pío Décimo en la Ciudad de México. 

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