Tanto para nuestras casas como para nuestros templos (Iglesias) es necesario prevenir y minimizar los daños que pueda ocasionar el agua, en este tiempo de lluvias. Nuestra responsabilidad es el cuidado y conservación de lo que se nos ha encomendado, el edificio para la comunidad
Recomendable, casi obligatorio, algo muy sencillo pero muy eficaz:
Barrer nuestras azoteas
Revisar que estén limpias y sin basura, barrerlas periódicamente. No pensemos que la basura no va a llegar a las azoteas y que el polvo, como llega se va. Incluso nos da la oportunidad de revisar la impermeabilización o reparación de los techos, para evitar posibles humedades que dañen el interior. Evitemos mayores daños y costos.
Revisar y destapar caídas de agua y los drenajes
El agua siempre busca su cauce. Es más fácil y barato prevenir que reparar.
Evitar que no se enraíce la flora nociva.
Si hay tierra, agua y una hendidura, poco a poco irán naciendo y creciendo plantitas, que después será muy difícil erradicar y hasta de quitar. La flora nociva, cuando se ha enraizado, no es fácil de atacar pues se vuelve contra el inmueble, ampliando los daños, al arrancar afectamos la estructura y todo se va complicando. Si ya hay plantas grandes y bien enraizadas, no jalarlas ni podarlas, se vuelve necesario un especialista para erradicarlas y otro para “restaurar” el espacio y no sea entrada de agua.
Una cosa, aparentemente simple, no atendida a tiempo, puede acarrear daños y complicaciones en el mantenimiento y conservación de nuestras Iglesias. Más vale prevenir que lamentar.
*El Pbro. Salvador Barba M. Enlace para la Reconstrucción de los Templos de la Arquidiócesis de México y colaborador de la Dimensión de Bienes Eclesiásticos de la misma Arquidiócesis.
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