Pandemia y ecología
No seamos de esos irresponsables que contaminan y colaboran en la destrucción del medio ambiente. No destruyamos la casa que Dios nos dio para todos.
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Durante la pandemia por el virus SARS-CoV-2, que redujo la movilidad humana, se han documentado casos de especies animales que deambulaban libremente por espacios urbanos, como recuperando lugares que les fueran propios. El agua de algunos lagos y mares recuperó sus colores originales. Se respiraba aire más fresco y limpio en algunos centros urbanos, sin tanta contaminación vehicular y humana.
Lamentablemente estamos volviendo a “la normalidad”, que de por sí es anormalidad, y retomamos las costumbres de siempre, con lo cual seguimos destruyendo el medio ambiente. Parece que nada hemos aprendido.
Por el rumbo de mi pueblo natal, mayoritariamente agrícola, hace años todo se cultivaba en forma orgánica; ahora casi todo lleva sustancias químicas para hacer rendir más la tierra y obtener mayores ventajas económicas, pero han aumentado los casos de cáncer y otras enfermedades desconocidas. Lo que importa es ganar más dinero, aunque se deteriore la salud. Varios productos se exportan a Estados Unidos y se reciben buenas cantidades de dólares, pero no dimensionamos el daño que se puede estar causando al medio ambiente.
Pensar
Hace más de cinco años, el Papa Francisco publicó una carta encíclica titulada Laudato si, para invitarnos a reflexionar sobre la responsabilidad de proteger “la casa común”, no por una moda estratégica, sino por el mandato divino de cuidar y cultivar la tierra que El nos dio. Ahora, nos ha insistido en lo mismo, también con ocasión de la pandemia sanitaria. En sus catequesis semanales de los miércoles, ha dicho:
“La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, incluso de la creación, no podemos sanar el mundo… Mirar al hermano y a toda la creación como don recibido por el amor del Padre suscita un comportamiento de atención, de cuidado y de estupor. Así el creyente, contemplando al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad.
Y contemplando el mundo a la luz de la fe, se esfuerza por desarrollar, con la ayuda de la gracia, su creatividad y su entusiasmo para resolver los dramas de la historia… Que el Señor pueda “devolvernos la vista” para redescubrir qué significa ser miembros de la familia humana. Y esta mirada pueda traducirse en acciones concretas de compasión y respeto para cada persona y de cuidado y custodia para nuestra casa común” (12-VIII-2020).
“Todos estamos preocupados por las consecuencias sociales de la pandemia. Todos. Muchos quieren volver a la normalidad y retomar las actividades económicas. Cierto, pero esta “normalidad” no debería comprender las injusticias sociales y la degradación del ambiente. La pandemia es una crisis y de una crisis no se sale iguales: o salimos mejores o salimos peores. Nosotros debemos salir mejores, para mejorar las injusticias sociales y la degradación ambiental. Hoy tenemos una ocasión para construir algo diferente” (19-VIII-2020).
“Este modelo económico es indiferente a los daños infligidos a la casa común. No cuida de la casa común. Estamos cerca de superar muchos de los límites de nuestro maravilloso planeta, con consecuencias graves e irreversibles: de la pérdida de biodiversidad y del cambio climático hasta el aumento del nivel de los mares y a la destrucción de los bosques tropicales. La desigualdad social y el degrado ambiental van de la mano y tienen la misma raíz: la del pecado de querer poseer, de querer dominar a los hermanos y las hermanas, de querer poseer y dominar la naturaleza y al mismo Dios. Pero este no es el diseño de la creación.
Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos. Dios nos ha pedido dominar la tierra en su nombre, cultivándola y cuidándola como un jardín, el jardín de todos. Nosotros somos administradores de los bienes, no dueños.
Administradores… Cuando la obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que lacera el tejido social; y cuando la dependencia de un progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos mirando. No, esto es desolador. ¡No podemos quedarnos mirando! Con la mirada fija en Jesús y con la certeza de que su amor obra mediante la comunidad de sus discípulos, debemos actuar todos juntos, en la esperanza de generar algo diferente y mejor” (26-VIII-2020).
Actuar
No seamos de esos irresponsables que contaminan y colaboran en la destrucción del medio ambiente. Sigamos educándonos para no tirar basura donde sea, para no gastar más agua y electricidad que la necesaria, para no consumir más alimentos transgénicos, para evitar ruidos que molesten a los vecinos, etc. No destruyamos la casa que Dios nos dio para todos.
*Mons. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
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Publicado originalmente en: Zenit.org